La actual crisis económica hace daño a mucha gente. Es una verdadera desgracia que algunos pasen dificultades para pagar su hipoteca, vivir dignamente y, además, no puedan trabajar. Por otra parte no son pocos, conozco algunos, que han visto arruinarse sus negocios y desaparecer las empresas que habían sacado adelante con notable ilusión y esfuerzo. Por eso quizás muchos consideren inoportuno el evangelio que hoy y mañana leemos en misa. Pero Jesús no dice ni que el dinero sea mala ni que no necesitemos de medios para vivir. Señala otra cosa. Dice que no debemos atesorar bienes en la tierra poniendo en ellos nuestro corazón, porque esos tesoros no valen para la vida eterna.

Además, es posible que parte de la crisis económica en la que nos encontramos sea consecuencia de la codicia de algunos, o quizás de muchos. Eso tampoco significa necesariamente que el sistema sea malo. Pero sí que hemos visto que algunos se enriquecían sin demasiados escrúpulos respecto a los medios a emplear. Y quizás todos deseábamos un buen interés bancario, un suelo elevado y muchas otras cosas. Pero es difícil saber quien es culpable, si lo éramos todos o quizás nadie.

De cualquier manera la enseñanza es clara. Hemos sido creados para la vida eterna y sería una verdadera lástima que nuestras grandes o principales preocupaciones fuera acumular riqueza. No me refiero a los que luchan cada día para tener que llevarse a la boca, porque esos no acumulan, sobreviven. Los que vivimos más holgadamente podemos correr ese riesgo. Los bienes ejercen una gran fascinación.

Jesús nos habla del ojo, que es la “lámpara del cuerpo”. En una de sus cartas san Juan se refiere a “la codicia de los ojos”. Cuando san Agustín comenta ese texto señala que la vista siempre se siente atraída y desea conocerlo todo. No pasa así con el olfato, el gusto, el oído o el tacto. Los colores y las formas atraen. Siempre se ha recomendado guardar la vista, porque a través de ella pueden introducirse muchas imágenes inconvenientes y sobrevenir tentaciones. Cierto que eso puede pasar con cualquier sentido, pero singularmente sucede con la vista. Las imágenes evocan muchas cosas y nuestra cultura es, sobre todo, de la imagen. Los publicistas lo saben bien y aplican aquel principio de que “una imagen vale más que mil palabras”. Es más fácil ver una película que no leer un libro y así miles de cosas. Por eso hay que vigilar lo que miramos y también saber realizar ascesis con la vista.

Se habla de comer con los ojos, por ejemplo, y hay personas que compran compulsivamente atraídos por los que les muestran. Eso es un ojo enfermo. Pero también puede serlo en sentido espiritual. Si no vemos la verdadera belleza de las cosas, o si miramos sin limpieza de corazón a las personas, nos dañamos interiormente. Si sólo miramos por nosotros y no estamos atentos a quienes nos necesitan; si no caemos en la cuenta de nuestro comportamiento o del alcance de nuestras palabras… Hay tantas cosas a las que podríamos referirnos.

Los limpios de corazón verán a Dios. Será en la vida eterna. Pero ya ahora, unidos a Jesucristo podemos tener una mirada diferente sobre el mundo. Que la Virgen María purifique nuestra mirada para que podamos seguir la senda de Jesucristo.