Comenzar una parroquia no es una tarea fácil. No puedes poner anuncios en la prensa, organizar festivales, contratar un globo,…. principalmente porque empiezas sin un euro. La mayor propaganda es el contacto personal, el ir de boca en boca, algo ayuda Internet (no demasiado), y sobre todo la sed de Cristo que todavía se tiene. Es Jesús y el Espíritu Santo el que llaman y convocan a los que vienen. Uno se ve bastante inútil para sacra adelante la tarea que le han encomendado, pero sobre todo es Dios es el que hace las cosas, el que anima a la gente, el que te da fuerzas en momentos de desánimo, el que te empuja a dar la vida y gastarla día tras día.

«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» Es una idea -mejor dicho, una realidad-, que no me canso de repetir. En muchas ocasiones me veo con madres desesperadas por el trabajo que dan sus hijos, por la falta de dinero, por los problemas matrimoniales, por la enfermedad, por cien mil cosas. Y entonces muchos piensan que ir a Cristo es un trabajo más, una carga más a llevar en su vida, otra causa de agobio. Y es todo lo contrario. Ir hacia Cristo es descansar, es dejar en manos de otro nuestros agobios y volver a retomar nuestra vida desde lo realmente importante. No es negar la realidad o recurrir a un falso espiritualismo. Ayer hablaba con un chaval que estaba deseando volver a las drogas, pero eso era para no ver la realidad, para volverle el rostro a su vida y no afrontar sus problemas. Acudir a Cristo tiene el efecto contrario. Nos ayuda a ver nuestra vida en su realidad, y la realidad más profunda no es el cansancio o las penurias económicas o el problema que escala rápidamente por nuestra alma. La realidad es que somos hijos de Dios y hemos sido redimidos por Cristo. Nuestros grandes enemigos han sido vencidos y entonces no tenemos miedo a plantear cara a nuestros problemas actuales. Sabremos vivir en pobreza, sin tiempo, derrochando misericordia, sabiendo perdonar y perdonándonos, en definitiva, a no dar la espalda a nuestra vida sino a arrostrar nuestros problemas poniéndolos en su sitio. Lo expresa muy bien la primera lectura: “Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú.

Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento. Como la preñada cuando le llega el parto se retuerce y grita angustiada, así éramos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz… viento.” Muchas veces nuestros problemas, cuando los miramos desde el prima correcto, son sólo viento, pero en este momento nos parecen gravísimos. Acercarnos a Cristo, a la Eucaristía, a una buena confesión, dedicar momentos a la oración nos dan paz, nos ayudan a tomar impulso y seguir remando hasta llegar a la meta, sembrando paz a nuestro alrededor.

Pidámosle a la nuestra Madre del Cielo que nos ayude a descansar en Cristo.