Sap 18,6-9; Sal 32; Heb 11,1-2.8-19; Lu 1, 32-48

Porque leemos hoy en el libro de la Sabiduría que nos fiamos de una promesa. La noche de nuestra liberación nos ha sido ya anunciada. ¿Vivimos sólo, pues, de lo que se nos promete? Es verdad que esto dio ánimo a nuestros padres de la Antigua Alianza, quienes oyeron cómo ellos eran llamados al Señor como hijos piadosos, siendo todos los santos solidarios de tantos peligros en los que vivían. Pero ¿nos vale con vivir de la promesa?

Jesús en el evangelio nos asegura que nuestro Padre nos ha dado ya el reino. No vivimos, por tanto, de la sola promesa, sino de una realidad. No temas, pequeño rebaño. Por eso, dejadlo todo, no sea que nuestro corazón se quede con el tesoro de bienes que no querremos abandonar. No, dejadlo todo y tened vuestras cinturas ceñidas y vuestras lámparas encendidas. Porque debemos estar como quien aguarda la venida del Señor. Estaremos preparados, como nos dice Jesús, porque no sabemos el momento de su venida definitiva. Se ha abierto en nuestra vida en el reino un tiempo de espera. Vivimos una realidad, el Señor ha venido ya a nosotros: ahí tenemos la cruz salvadora. Ya no hay más promesas, sino que contamos con realidades, pero son sacramentales. Porque vivimos todavía la sacramentalidad de la carne. El reino está en nosotros  con nosotros, mas, también, no podemos olvidarnos, estamos en camino hacia él. Seguimos viviendo nuestra vida de seguimiento del Señor. Y eso es así porque somos seres de carne en los que va cabiendo poco a poco la realidad de lo que se nos ha dado; la vamos haciendo cosa nuestra dulcemente, como acontece con todo lo nuestro. No somos ángeles, sino de carne y de sangre. Nuestra vida es sacramental. Se nos ha dado mucho, y por eso, como nos señala Jesús, se nos exigirá mucho; porque al que mucho se le confió, más se le exigirá.

Horror, qué lenguaje. ¿cómo seremos capaces, cuando, precisamente, nos sabemos de carne y sangre, vasos de barro, un cúmulo de fragilidades? En estas circunstancias, ¿cómo podremos convivir con las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas? ¿Exigírsenos, cuando somos una sima cuajada de debilidades? En ocasiones, como ahora, el lenguaje de Jesús es duro y cortante. Mucho se nos exigirá.

Pero nosotros, él nos lo enseña, apoyaremos nuestra debilidad en su fortaleza, clavado en el madero. Sólo de esta manera podremos resistir las embestidas de las circunstancias de nuestra vida. Plantados allá en donde debemos estar, en donde estamos de verdad, en el monte en donde está prendido el Cristo. No en ningún otro lugar, pues en ninguno más podemos cumplir esa exigencia. Exigencia de gracia, no de mérito.

La larga tirada de la carta a los Hebreos nos da la forma de nuestro estar. Por la fe, con la fe, en la fe. Ninguna otra cualidad será la nuestra. Personas de fe. Seguros, por nuestra fe, de lo que esperamos: la venida definitiva del Señor, el reinado de Dios. Probados con ella en lo que no se ve. Añorando la patria en la que ya estamos, el cielo. Allá nos encontramos en esperanza. Y la esperanza es la forma de nuestra fe. Pues sabemos que acá somos huéspedes y peregrinos. Añorando la patria que ya se nos ha dado, y que vivimos, como todo lo nuestro, en manera sacramental. Por la fe, en esperanza, vivimos ya en el futuro.