Al leer el evangelio de hoy quizás pensemos que nosotros hemos hecho como Pedro pero sin obtener su éxito. Podemos argumentar que una y otra vez hemos intentado algo bueno y, en cada ocasión nos hemos dado nuevamente de bruces o nos hemos quedado con las manos vacías. Pero eso sería no entender el texto de este evangelio. En él Jesús no intenta enseñarnos la perseverancia ni está diciendo que la constancia siempre obtiene un fruto. Me viene a la imaginación el rostro de algunos futbolistas que, enel pasado mundial de Sudáfrica, lucharon por una victoria  y, nuevamente, volvieron a sus casas sin ella.

Parece que Jesús lo que quiere es confirmar la fe de sus apóstoles. Les concede un signo para que se abandonen en Él. El milagro es de pesca, oficio en el que estaba muy bregado Pedro. Es un milagro que pone en evidencia al apóstol. Pensaba que sabía pescar y, al parecer, hay otro que siendo carpintero, conoce mucho mejor el oficio. El resultado de la pesca habla en ese sentido.

La sorpresa de Pedro, y de los demás apóstoles, era necesaria para lo que el Señor pretendía: llamarlos a su servicio y que le siguieran incondicionalmente. Ante Jesús Pedro, y también todos nosotros, descubrimos que no sabemos ni aquello en lo que nos creemos especialistas. No sabemos de nuestro oficio, ni de nuestro estado o condición… ni siquiera sabemos de nuestra humanidad. Vivimos nuestra realidad a medio gas, imperfectamente.

El pescador que no sabía pescar es llamado a algo mucho mayor: ser pescador de hombres. Hoy, al meditar este evangelio me ha parecido que no había contradicción entre ambos oficios, aunque los apóstoles lo dejan todo para seguir a Jesús. Pero, sea cual sea nuestra ocupación, Jesús también nos está diciendo que nos va a mostrar todas sus potencialidades en el orden sobrenatural. Porque todo nuestro trabajo se lo podemos ofrecer y asociarlo al misterio de la redención.

En este inicio de curso, en el que puede no faltarnos el desánimo, Jesús nos hace ver que siempre se da la pesca milagrosa. En toda acción de un cristiano se da ese incremento inesperado, que no responde al cálculo y supera cualquier expectativa. No siempre podemos verla, pero siempre se produce si actuamos siguiendo las palabras del Señor, es decir si obedecemos en la fe.

La confesión de Pedro sintiéndose pecador es también la nuestra. Porque dudamos de la acción de Dios; nos encerramos en nuestra experiencia y no abrimos nuestro corazón a la acción de Dios. Que María nos guíe en este inicio de curso a fin de que Dios pueda obrar cosas grandes en nosotros.