Jesús nos pide que calculemos antes de decidirnos a seguirle. Nos dice que nos fijemos en el hombre que hace presupuesto antes de construir una torre y en el rey que mide sus fuerzas para ir a la guerra. Sin embargo, de lo que se trata es de seguirle cargando con la cruz. Aparentemente la comparación no nos sirve. Y más porque concluye la enseñanza diciendo: «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío«.

Me parece, sin embargo, que la enseñanza es grande. Jesucristo nos pide que lo elijamos por encima de todo, porque si intentamos compartir nuestro corazón con otras cosas al final el caminar se hace imposible. De pequeño solía ir de excursión muchos fines de semana. Siempre nos avisaban de que no lleváramos pesos inútiles porque, después de varias horas de camino, no seríamos capaces de avanzar. A pesar de las advertencias, nos encantaba cargar con fruslerías. Durante la marcha caíamos en la cuenta del error.

Seguir a Jesús significa elegirlo del todo. La radicalidad del Señor no admite atenuantes. Él tiene que ser amado por encima de la familia y por encima de todo. Cuando esto no es así acabamos en callejones sin salida y en situaciones complicadas. No se puede, por ejemplo, amar más la nación que a Dios; o el prestigio, o el dinero, o el buen nombre de la familia. Todo ello puede quererse, pero según un orden, y en ese orden el primer lugar lo ocupa Dios. Las demás realidades las queremos en cuanto que nos conducen a Él, y llegamos a amarlas, una vez que estamos con el Señor, desde Él.

Por tanto, en este evangelio calcular equivale a abandonarse del todo en el Señor. Algo parecido se nos pide en el salmo de hoy: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato«. Por eso, la cruz de cada día sería mucho menos pesada si la dejáramos tal como el Señor nos la da. Sucede que a veces queremos acompañarla con nuestros criterios, nuestra soberbia y nuestro amor desordenado a las cosas terrenas. Entonces se hace mucho más costoso seguir el paso de quien nos precede.

Quizás pensamos que como lo que Dios nos pide es difícil tenemos derecho a compensaciones. Es humano pensar así, pero sobrenaturalmente esas compensaciones pueden hacer mucho más difícil el camino. El atleta que dice: “Me esfuerzo mucho en la carrera, voy a darme un banquete para desquitarme”, lo único que consigue es cansarse aún más. Por ello, el seguimiento de Jesucristo impone también una ascesis. Sin ella se hace dificilísimo perseverar en la vida cristiana.

Hay quien piensa que lo difícil del cristianismo es la ascética cuando sucede lo contrario. Gracias a ella nos es más fácil permanecer fieles. En la medida en que uno decide estar con el Señor, se impone una nueva manera de tratar la realidad. Desde esa perspectiva se entiende la regla, rigurosa vista desde fuera, de algunas órdenes contemplativas. Pero lo mismo podríamos observar en los matrimonios que quieren ser santos y en la vida laical que busca ser auténtica. La ascesis nos lleva a centrarnos en Jesucristo y a no permitir que la atracción de otras cosas nos separe de Jesucristo. Es decir, nos facilita el poder cargar cada día con la cruz. Como no es algo que se haga un día para siempre, es a diario que renovamos nuestro deseo de seguir a Jesús y, desde Él, miramos y tratamos todas las demás personas y cosas.