En el Evangelio de hoy encontramos, una vez más, a los escribas y fariseos intentando cazar a Jesús en alguna contradicción. Jesús ha apelado a la historia de Israel, refiriéndose a los profetas. Al hacerlo ha indicado dos cosas. La primera es que Dios ha ido interviniendo de manera sucesiva acompañando a su pueblo. Los profetas han dado a conocer la voluntad de Dios y, en momentos puntuales, han corregido los abusos del pueblo. Jesús, de la manera que habla hoy, se sitúa en conexión con ellos. Habla en nombre de Dios recriminándoles su desobediencia. De hecho la expresión, “se le pedirá cuentas a esta generación”, nos recuerda muchos lugares del Antiguo Testamento.

Pero Jesús también indica a su auditorio que frente a las intervenciones de Dios sus padres reaccionaron haciendo callar a los mensajeros y permanecieron en su desobediencia. Ellos los mataron y, la generación actual, los venera. Pero esa admiración, que en muchos de ellos suponía el estudio detenido de sus textos, no va acompañada de un verdadero deseo de obedecer a Dios. Por eso ahora rechazan a Jesús. Si hubieran entendido algo de la historia de su pueblo comprenderían que ella es historia de la salvación y, por tanto, está abierta a nuevas intervenciones divinas. Pero el estudio de los escribas y fariseos impedía esa posibilidad. Dios había quedado reducido a lo que ellos sabían. En consecuencia tampoco son capaces de reconocer que las profecías hablaban de Cristo y que, por tanto, Él es su cumplimiento.

 Jesús es muy claro al recriminar a aquellos maestros su comportamiento. No sólo les acusa de su cerrazón sino también de que, de esa manera, impiden a otros entrar en el Reino de Dios. Son maestros del pueblo pero, al estar cegados, conducen a otros a la ruina hacia la que ellos caminan. La recriminación de Jesús es severa y justa.

 ¿Cómo reaccionaron? Vemos en el Evangelio que empezaron a hacer preguntas capciosas a Jesús. Lo que ha sucedido está claro y aquí hay una lección para todos nosotros. Al verse descubiertos en su mentira los fariseos intentan desacreditar a Jesús. Quizás en parte lo hacen para ganar autoridad ante el pueblo. Pero me parece que asoma algo más profundo. Al descubrir en su interior que el Señor les estaba diciendo la verdad, en vez de cambiar, que es el motivo de la reprimenda, intentan justificarse ante su propia conciencia. Para ello precisan, de alguna manera, hacer caer al Señor en una trampa. De esa manera demostrarían que ellos seguían siendo los más listos y, por tanto, no hacía falta aceptar la corrección.

 Tremendo sería que nosotros actuáramos de esa manera. La verdad y el bien conocidos han de ser aceptados totalmente permitiendo que configuren nuestra vida. Que la Virgen María nos ayude a ello.