En las lecturas de hoy somos invitados a dos insistencias. Por una parte Pablo nos anima a no desanimarnos en la predicación: “insiste a tiempo y a destiempo…”. Por otra la primera lectura y el evangelio nos invitan a la oración. Tanto en la predicación como en la oración no hay que desanimarse. Curiosamente se trata de dos aspectos de la vida cristiana en los que es muy fácil perder la paciencia y acabar pensando que no vale la pena seguir intentándolo.

Son muchas las personas que tienen dificultades para rezar. No les es fácil ponerse ante el Señor. En parte el problema viene de que no descubren la utilidad y lo consideran como un tiempo perdido. Eso implica una falta de fe. Por ello no es extraño que la enseñanza que hoy nos da Jesús acabe con una pregunta: “Pero cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. La oración, entonces, nos es dada como una medida de nuestra fe. Cree quien pide. El que no reza o está desesperado o simplemente confía excesivamente en sus propias fuerzas.

Jesús, en la parábola que explica, nos da una enseñanza por contraposición. Dice que si somos capaces de insistir por cosas mundanas ante personas e instituciones que, a veces, ni siquiera son justas, ¿cómo es que no tenemos confianza para dirigirnos a Dios, que es nuestro Padre y nos ama? Así la oración cristiana nos es propuesta como un diálogo amoroso con un Dios que es Padre. Como decía santa Teresa en la oración tratamos de amistad con quien sabemos nos ama.

La otra tentación contra la oración nace de la pereza. Señala el Catecismo que esta nace de la falta de ascesis y que conduce al desánimo. La experiencia indica que para rezar de forma continua, y no dejarlo todo a los impulsos espontáneos del corazón, que acaban desapareciendo, es bueno ser metódico. Hay muchas maneras de hacer oración, pero todos los maestros espirituales inciden en la importancia de reservar unos tiempos para estar con el Señor. Estos, está claro, no pueden ser los restos del día. Al contrario, hay que buscar las mejores horas para hablar con Dios. Después cada cual hará la oración como mejor sepa y el Señor le inspire, pero no puede faltar ese deseo de encontrar un momento para el coloquio íntimo. Ello exige orden y ascesis.

La Iglesia sabe de la importancia de la oración. Ella nos mantiene en contacto continuo con Dios. De ahí que algunos Padres la comparen a la respiración del alma. Por ello también existen en la Iglesia congregaciones dedicadas exclusivamente a la oración o instituciones como la Adoración Nocturna que buscan tener presente a todo el mundo ante Dios de forma continua.

La primera lectura es elocuente al respecto. Mientras seamos fieles a la oración venceremos al mal y al pecado. Por el contrario, si dejamos de impetrar la ayuda de Dios seremos derrotados. Así se nos muestra que nuestro combate en el mundo no consiste en enfrentarnos directamente a las cosas sino en hacerlo desde Dios. De alguna manera nosotros, ante la dificultad, acudimos a Él, y es Dios quien nos envía la fuerza para que, de una manera nueva estemos ante las cosas. En la oración se vive, de una forma especial, la cercanía de Dios al hombre.