San Pablo escribe desde la cárcel. Pero desde ella no piensa en sí mismo sino en la Iglesia. De hecho es consciente de que su situación se debe a su fidelidad a “Cristo Jesús”. Lo que verdaderamente nos roba la paz es lo que nos sucede por haber sido infieles al Señor. Las demás contrariedades, pese al sufrimiento que nos ocasionan, resultan más llevaderas.

San Pablo encadenado pide a los efesios, y a todos nosotros, que mantengan la unidad. Esta no es algo accidental para los cristianos, sino que nace de la “vocación a la que habéis sido convocados”. Ser cristiano, por el bautismo, conlleva entrar a formar parte de la Iglesia y quedar unido a ella de una manera definitiva. En esta lectura son constantes las llamadas a la unidad: “un solo cuerpo y un solo Espíritu”, “una sola meta”, “un Señor, una fe, un bautismo”, “un Dios Padre de todos”. La Iglesia es Una, porque uno es el cuerpo de Cristo y uno solo es el espíritu Santo que la vivifica y mantiene unidos a sus miembros.

A pesar de esa unidad los cristianos no siempre somos capaces de mantener la concordia. En la historia se han dado divisiones graves. Así, la separación de los hermanos ortodoxos o la herejía protestante han causado graves daños. También la ruptura que dio lugar al anglicanismo y otras fracturas que se han ido produciendo con el tiempo. No todas son igual de graves. Las que quiebran gravemente la unidad de la fe son más dañinas. Pero todas conllevan escándalo y pueden apartar a otras personas de acercarse a Jesucristo.

Sin embargo, en el texto que leemos no parece que san Pablo se refiera a disensiones tan graves. Parece como si estuviera hablando de riñas cotidianas, de la dificultad para soportarnos mutuamente los católicos. Eso hoy sigue sucediendo en muchas partes, y quizás también nos pase a nosotros. Por eso su exhortación se mueve en un nivel más próximo: “sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor”.

Las recomendaciones del Apóstol no son de alta teología sino que pueden ser llevado a lo cotidiano de nuestra existencia, a la vida diaria. Se nos pide querer a los hermanos, lo que no siempre resulta fácil. El apóstol indica que muchas veces en la base de toda incomprensión se encuentra la falta de humildad y de amabilidad. Muchas disputas no se darían si fuéramos más afables con quienes nos rodean. Y eso da mucho que pensar. Porque no raras veces nos resulta más sencilla la cordialidad con quienes están alejados de nosotros que no con los que comparten nuestra misma fe.

San Pablo nos llama a vivir las exigencias del bautismo. Un mismo amor nos ha reunido a todos en la Iglesia (convocados tiene el sentido de llamados a la misma vocación, a formar parte de la misma Iglesia). Y, como señala también el apóstol, todos tenemos una misma meta y una misma esperanza.

Que la Virgen María, madre de la Iglesia y de los creyentes, nos enseñe a querer a quienes son nuestros hermanos en la fe y a mantenernos unidos en el mismo amor.