Todavía tenemos en la retina las imágenes de la visita del Papa a España en los incomparables marcos de Santiago de Compostela y Barcelona, y todavía tenemos que rumiar en el corazón sus palabras y el mensaje. Los medios de comunicación enseguida se hicieron eco de la cantidad de gente que asistió, si era más o menos de la esperada; de los que protestaron de maneras más o menos soeces a la visita y se profundizó poco en sus palabras. Los titulares son los titulares. Con la excusa de que el Papa habla para los católicos se centran en las anécdotas. Pero eso no es así, el Papa habla para todos. Los católicos no somos “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”. Las palabras del Papa, como las mías de la homilía de hoy, no se dirigen a unos cuantos adeptos, a los míos, a los más cercanos o los que me van a comprender. La Palabra de Dios se dirige a todos y se propone a todos, luego estarán los que la acepten y los que no. Hace un momento me contaba un feligrés que en Barcelona fueron a recibir al Papa al palacio episcopal. Un grupo de esos anti-todo empezó a gritar proclamas contra el Pontífice. Ellos se volvieron y corearon a los que gritaban: “A vosotros también os quiere”. Ante eso no tenían respuesta.

“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: -«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: -«ld a presentaros a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.” Sabemos bien lo que pasó a continuación, sólo uno, un extranjero, volvió a dar gracias. Pero se curaron los diez. Esta mañana muchos se habrán levantado sin dar gracias a Dios por el nuevo día, pero el Señor se lo ha concedido. Muchas personas hoy tendrán de su lado la providencia de Dios sobre ellos, y pensarán que es una conquista suya. Muchos vivirán como si Dios no existiese, pero ellos sí existen para Dios.

San Pablo, por propia experiencia, lo expresa muy bien: “Porque antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.” El mundo puede estar lleno de desagradecidos, de muchos que no quieren deber nada a nadie. Somos como aquellos que rehuyen a sus acreedores y les esquivan y no contestan a sus llamadas. Pero Dios no viene a recordarnos las deudas, sino a darnos más y lo hace por pura gratuidad.

Yo animaría a todos aquellos que s e han quedado en lo externo de la visita del Papa que leyesen sus homilías, sin prejuicios, con el corazón abierto, y se den cuenta que la Palabra de Dios también es para ellos. Y a muchos católicos que también se dejen de pelearse por lo de fuera y hablemos un poquito más de la Palabra de Dios.

La Virgen nuestra madre nos acoge a todos, buenos y malos, en su regazo. Desde ella a Cristo sólo hay un pequeño paso. Católico=Universal.