En ocasiones veo imágenes de funerales de personas relevantes socialmente (de los pobres no salen sus imágenes en los periódicos), y veo en algunos casos el féretro sin cruz, tan sólo unos velones a los lados y mientras se recitan poesías o se escucha música. Me da mucha pena, es como preparar el embalaje de un trozo de carne al pudridero (no es una palabra despectiva, que es donde llevaban a los Reyes en El Escorial). Es un “Adiós, qué lástima y se acabó”… a rey muerto, rey puesto. Me resisto a pensar que la vida humana tiene un punto y final. Para quien sabe amar las cosas no pueden acabar sin más. El amor nos lleva a la eternidad y la fe -certeza del alma-, nos lleva a Dios que ama para siempre. Tal vez por eso ahora mucha gente no quiera amar. Se acuestan, se rozan, se usan y se olvidan…, pero de amar, nada de nada. Sin embargo estamos hechos para amar, para entregarnos, para darnos. Sólo conocemos la verdadera felicidad cuando amamos. tal vez por eso los niños nos dan tanta paz, sólo se ocupan en que los quieran y esa ocupación da muchas satisfacciones. Quien muere pensando que ya nadie más le va a querer y que nunca más va a querer pues sólo es un cadáver, debe morir muy triste.

«Al ángel de la Iglesia de Éfeso escribe así:

“Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y anda entre los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu fatiga y tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados, que pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo y descubriste que eran unos embusteros. Eres tenaz, has sufrido por mi y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes.” » Nosotros no queremos abandonar el amor primero, queremos volver a ese amor creador y redentor de Dios que supera todas nuestras miserias. Y ten una certeza: ¡Siempre podemos volver!. Hasta “el Ponchis”, un sicario de 12 años mejicano que parece que se le da estupendamente lo de torturar y matar, puede volverse hacia Dios, conocer su amor y volver al amor para el que fue creado. Sólo hay que hacer como el ciego del Evangelio: “-«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: -«¡Hijo de David, ten compasión de mi!» Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: -«¿Qué quieres que haga por ti?» Él dijo: -«Señor, que vea otra vez.» Jesús le contestó: -«Recobra la vista, tu fe te ha curado.» En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios.” No hace falta ser un asesino, tal vez el mayor milagro es que la tibieza de nuestro amor se convierta en un fuego que arrase la tierra en el amor de Dios.

Vale la pena aprender cada día a amar. Nunca se es demasiado mayor ni demasiado pequeño. Volver al primer amor es -en cierta manera-, volvernos a recrear, hacernos creaturas nuevas. Y eso sólo Dios lo puede hacer.

La Virgen María intercede por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Ojalá nuestro epitafio pudiese ser: “Aquí hay uno que ama y supo dejarse amar”