Hace pocos días un amigo me envió una oración de confianza al Corazón de Jesús. En una de sus estrofas decía: Evita las preocupaciones angustiosas/y los pensamientos sobre lo que puede suceder después. /No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas./ Déjame ser DIOS y actuar con libertad. /Entrégate confiadamente a mí. /Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro./ Dime frecuentemente: “JESÚS, YO CONFÍO EN TI”

En el evangelio de hoy Jesús nos anuncia tribulación y angustia, pero también nos previene que no hemos de tener pánico. En este momento vivimos una crisis económica profunda, que quizás aún sea peor. Muchas personas están pasándolo mal y el problema parece que va a agravarse aún más. Es un tiempo para fortalecer la esperanza.

Jesús también nos dice que en los momentos de tribulación es fácil dejarse engañar. Nuestra confianza puede pasar de estar en Dios a que la pongamos en otras realidades. Pero fuera de Dios no hay seguridad para el hombre. La historia demuestra que los santos siempre han salido adelante. Muchas veces no han tenido éxito humano, pero cuando podemos mirar en perspectiva lo que hicieron descubrimos que era lo más adecuado. Y los santos siempre han actuado fiándose de Dios.

Cuando Jesús señala, refiriéndose a los exvotos del templo, que no quedará piedra sobre piedra, nos enseña a darnos cuenta de que el único absoluto es Dios. Todo lo demás perece. Tiene valor en cuanto nos ayuda a vivir mirando hacia el cielo. Las cosas cumplen su función en el mundo y hay que saber utilizarlas bien. Pero no podemos poner en ellas nuestro corazón. Por grandes que nos parezcan, al final todo pasa. Sólo Dios perdura y sólo en Él encuentra el hombre la respuesta satisfactoria a sus anhelos.

Tenemos prisa por conocer el desenlace de las cosas. Eso nos impide vivir el momento presente. Pero también nos impide el reconocer ahora que Dios está con nosotros y que podemos descansar en Él. La oración que me envió el amigo me hizo mucho bien. Continuamente hemos de renovar nuestra confianza en Jesús. Él, es hombre y Dios. Entra en la historia y es afectado por todas las cosas, igual que ahora sigue siendo sensible a nuestro sentimientos y padecimientos, pero todo lo vive desde su divinidad. Por eso se nos sigue ofreciendo para que nos apoyemos en Él. Jesús no abandona al hombre.

Cuando todo parece hundirse y el horizonte se torna oscuro sabemos que podemos volvernos hacia el sagrario y que allí está Él. Poniéndonos a sus pies, abriéndole nuestro corazón, sabemos que nadie podrá engañarnos y que, además, no quedaremos defraudados. Encontraremos en su corazón el consuelo que necesitamos y las fuerzas para vivir.