En el Evangelio encontramos varias curaciones de ciegos. Las enfermedades evocan también situaciones del alma. Un paralítico nos recuerda al que no es capaz de caminar en la vida cristiana, y un ciego al que carece del don de la fe, o vive en la confusión. Obviamente se trata de figuras, de lecturas que nosotros hacemos sobre los relatos del evangelio. Buscamos una enseñanza en el texto para aplicarla a nuestra vida.

Hoy, día de san Francisco Javier, que tanto se desgastó por llevar el evangelio a los pueblos más alejados, y de camino hacia la Navidad, no podemos dejar de preguntarnos por nuestra ceguera. ¿Qué es lo que no vemos? Igual hay zonas oscuras en nuestra vida, cosas que nos cuesta aceptar o que no entendemos. Los libros de autoayuda están repletos de recomendaciones de cómo aceptarse a uno mismo, de asumir los límites. Quizás está bien pero, los dos ciegos del evangelio de hoy quieren ver y no se conforman con su invidencia. Quieren una respuesta que les ayude a vivir mejor. Quieren ver, que es como un signo de que quieren comprender su vida y todo lo que les rodea. Nosotros también queremos ver.

En primer lugar nos gustaría entender quienes somos y qué espera Dios de nosotros. También qué sentido tiene todo lo que hay a nuestro alrededor y, especialmente queremos comprender a las personas que nos son más cercanas. Todo ello nos interesa porque hay una demanda en nuestro interior: queremos ser felices y para eso necesitamos amar a todos los que nos rodean y saber también que nuestra vida es amada por Dios.

Pero fijémonos en otros aspectos. No se trata de un solo ciego, sino de dos. Es un dato interesante porque a veces buscamos la compañía de los que están mal como nosotros para consolarnos. Aquello de “mal de muchos…”. Estos, sin embargo, se animan el uno al otro para ir detrás de Jesús y suplicar compasión. Como me decía hace poco una alumna: “me pongo a criticar los defectos de los demás y, entonces, me lo pierdo todo”. Si cada uno de los ciegos se fijara en la limitación del otro, se perderían la posibilidad de caminar juntos hacia la salvación. No son perfectos, pero se animan en esa búsqueda: los dos quieren ver.

Otro aspecto que no debe pasarnos desapercibido es que los dos ciegos han de realizar un camino. El Señor no les devuelve la visión hasta que han llegado a la casa. Ya sabía que no veían, pero querían que se manifestara toda la potencia de su fe para que comprendieran mejor el milagro.

El Aviento de prolonga durante algunas semanas como una oportunidad para todos nosotros de caminar hacia la luz que viene de lo alto. Hemos de pedir ver y para ello necesitamos que se acreciente nuestra fe. Con toda la Iglesia caminamos al encuentro del Señor.