Ecle 48,1-4.9-11; Sal 79; Mt 17.10-13

Surgió ese fuego que era Elías y luego un torbellino lo arrebató a los cielos. El primero de los profetas, el que nada escribiera. Fuego y huracán eran lo suyo. Conturbado por su fracaso, caminó por el desierto y se ocultó para dejarse desfallecer. Salió a la entrada de la cueva en la que se había retirado a morir en desazón, y cuando oyó un leve susurro se tapó la faz, porque supo de la llegada del Señor. Dichoso, pues, quien vea a Elías antes de morir, porque habrá oído ese mismo susurro: la voz del Señor. Ni fuegos ni huracanes, sino un ligero murmullo. Rumor que solo se puede oír si estamos en silencio. La Palabra de Dios, más fuerte que los tornados, se escucha en el bisbiseo del silencio. Y ¿cómo enmudeceremos en este mundo tan rellenado por los ruidos insoportables que quieren dirigir nuestra vida? Retirándonos en la cueva a la espera de la llegada del Señor. Allí donde no hay bulla. Ese insensato cotorreo de las mezquindades del día a día, de sus movimientos para lograr el imperio, el asentimiento a los poderosos, el dejarnos llevar por tertulias y medios de comunicación que buscan hacerse con nosotros, y lo consiguen de una manera muy simple: neutralizándonos, para lo que llenan nuestra vida de golpeteos y de chismes. Todo para impedirnos esa mudez en la que podamos escuchar el leve susurro de Dios que nos habla. Hay ruidos informes que no se hacen con nosotros. Los malos son los ruidos conformados para entrar en el recinto de nuestro corazón y apoderarse de él. Poder del imperio sobre nosotros. ¿Cómo conseguir ese silencio en nuestra vida, en la cotidianidad de lo que va siendo nuestra tarea? Viviendo en el sigilo de cada momento, aunque este sea una murga, aunque estemos en el tráfago inaudito de la ciudad. No dejándonos llevar por quienes configuran los ruidos que nos van a arrastrar. De curiosidad. De estar a la última de todo lo que acontece entre los poderosos, siempre ellos. De la política tertuliana. De quién sale con quién. De cuáles son los puntos y las comas de mis propios valores. Todo ello nos inhabilita para escuchar el susurro de Dios.

Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Mas solo en el silencio veremos ese rostro. Nunca en la algarabía si dejamos que nos arrastre en su curiosidad. Despierta tu poder y ven a salvarnos. Vuélvete, fíjate, ven a visitarnos. Protégenos. Conduce las pequeñeces de nuestra vida a la gruta de Elías para que, así, podamos escuchar tu arrullo. El arrullo de tu Palabra.

¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías? Porque el hombre de fuego nos enseñará el lugar del silencio en el que percibiremos el pequeño rumorcillo que nos trae la Palabra y que nos hace oírla. Sin embargo, continúa Jesús, Elías ya vino, ahí lo tenéis, Juan el Bautista, pero lo trataron a su antojo. Querían impedirnos por todos los medios que nos enseñara el lugar en donde deberemos colocarnos para escuchar el balbuceo de la voz de Dios. No os hagáis ilusiones, porque no me tratarán a mí mejor que a él. Me llevarán a la pasión y a la cruz, pero será ahí donde en el silencio de mi muerte sacrificada oirás la voz de Dios. Prepara, por tanto, el camino que te lleva a ese lugar de silencio que empezará en Belén y te conducirá hasta la cruz.