Nú 24,2-7.15-17a; Sal 24; Mt 21,23-27

Instrúyenos, Señor, en tus caminos y en tus palabras. Pues ¿qué significa el mensaje del profeta? ¿A quién ve acercándose ya?,  ¿de dónde viene?, ¿qué quiere de nosotros? ¿Quién eres, Señor, dinos quién eres, tú que te avienes a nosotros? Nos lo anuncia el pasado poeta y con sus palabras nos hace mirar más allá, a un punto que ha de configurar nuestra vida desde ahora mismo. Vemos en visión la belleza de nuestras moradas. La belleza, sin duda, de la Iglesia de ese que viene. Vegas dilatadas. Jardines junto al río. Y lo vemos desde nuestro secarral, tan presente en nuestras vidas, en nuestras actitudes, en nuestro propio ser. Es una visión, alguien que se allega a nosotros y nos trae el agua que fluye de sus manantíos. Con el profeta, escuchamos la palabra del Señor que él pronuncia para nosotros de su parte. Quien nos habla desde aquel pasado profético conoce los planes del Altísimo, y, en puro éxtasis, nos hace contemplar las visiones del Poderoso. ¿No es ahora? Sí, quizá sí, pues vemos cómo avanza la constelación de Jacob desde aquel futuro visionario para hacerse pura presencia en nosotros.

Enséñanos, Señor, tus sendas y consigue que caminemos con lealtad a ti. Porque tú eres nuestro Dios y Salvador, tú eres quien viene a nosotros para llevarnos a ti. Con toda tu ternura y con tu inmensa misericordia. Acuérdate, pues, de nosotros, junto con el antiguo profeta, visionarios de lo que tú eres viniendo a nosotros. Tú eres bueno y recto, y perdonas nuestros pecados a nosotros tus humildes, enseñándonos tus caminos para que vayamos por ellos hacia ti. Nuestra humildad es nuestra única fuerza. Sólo nuestra menesterosidad son las arras de nuestra vida que está en tus manos. Muéstranos, por tanto, tu misericordia y danos tu salvación. Pues ¿qué haríamos sin ti?, ¿a dónde iríamos lejos de ti?

¿Qué autoridad tienes para realizar eso que haces?, le preguntan en el templo los grandes mientras enseñaba a los pequeñuelos. ¿Quién te ha dado la autoridad tan crecida que te abrogas? ¿Cómo reconocer la autoridad de Jesús como algo que viene de Dios y no es una pura manopla que él agita para sí? Pero a él no le gusta aceptar las preguntas que los grandes le hacen como trampas para que caiga en ellas. Es demasiado listo y consciente de por dónde le quieren agarrar, haciéndole callar, no sea que ellos terminen perdiendo su autoridad frente a los pequeños y humildes a los que Jesús trata con tanta asiduidad y cuidado para que la Buena Noticia se haga patente en sus vidas. Ellos, tan grandes, no necesitan ya de nada que sea nuevo, menos si tiene la pretensión de venir del futuro que esbozaban con tanta fuerza los profetas. Consideran que todas las buenas noticias están ya es sus manos; que ellos detentan de todo lo tocante al templo y a su Dios. No caben novedades. No caben nuevas presencias. No puede ser más que un impostor. Pero, ay, la inmensa listura de Jesús responde a su pregunta con otra pregunta. Deliberan cómo responder y se dan cuenta de que cualquier respuesta les deja en sus puras evidencia ante el pueblo. No sabemos. Y Jesús se niega a decirles de dónde le viene su autoridad.

Jesús responde a la pregunta cuando no lo es, es decir, cuando esos pequeñuelos comprenden quién es al acercarse a él con fe, para ser suyos y seguirle.