Jer 25,3-8; Sal 71; Mt 1-18-24

De esta manera, no de otra. Con este significado, no con otro. Con estos presupuestos, no con otros. Con este sentido, no con otro. Llegaron los días, anunciados por el Jeremías de parte del Señor para el futuro adviniente en que suscita a David un vástago legítimo. El futuro anunciado desde aquel pasado profético se hace presente entre nosotros. Sus día ya han llegado. Todo es nuevo entre nosotros. El futuro se nos hace presente. En estos sus días florece la justicia. Los que estamos viviendo oprimidos por la antigua esclavitud del pecado, somos liberados por el nacimiento en el seno de María del Hijo de Dios. Hemos comenzado así a habitar en sus campos. Hemos salido de la tierra de la expulsión a aquella en la que se destila el reinado de Dios. El Señor se apiada del pobre que clama, y lo libera del pecado y de la muerte. Salva la vida de sus indigentes. Su gloria llena la tierra.

Porque María espera un hijo por obra del Espíritu Santo. Sí, claro, ya, podremos decir, estás hablando en metáforas. Pues no, mira, no. Bueno, se podrá proseguir, es obvio que el hijo es de José, con quien María estaba desposada, pero que, mucho después, cuando la Iglesia se constituyó con fuerza, entendió ese nacimiento como algo lleno de maravillas, y así lo escribió. ¿Lo crees así? ¿Hay algo que para Dios no sea posible, él, que creó el cielo y la tierra por su Palabra, sacándolos de su propia fuerza creativa? Quien ha creado las increíbles bellezas de lo que hay, su orden y legalidad, la sorprendente capacidad que ha puesto en nosotros para entender y explicar, para construir y rumiar, ¿no podrá hacer con idéntica fuerza de creación que María espere un hijo por obra del Espíritu Santo?, ¿no podrá anunciar a José que no tenga reparo en llevársela a su casa? El anuncio de que la criatura que está en el seno de María viene del Espíritu Santo, ¿podrá ser una metáfora sin mayores contenidos de realidad, cuando no acontece lo mismo con la creación entera del mundo, la cual se nos convierte en excelsa realidad de belleza inaudita? ¿Milagro? Misterio insondable de la encarnación del Hijo en el seno de María. Quien todo lo está pudiendo con la fuerza de su acción, ¿habrá de transigir con que quien vaya a nacer en Belén, Jesús, sea no más que un adoptado, por considerar, quizá, que es el más bello de los hombres? ¿El misterio de la creación no podrá contener el hecho del nacimiento del Hijo en el seno virginal de la Madre? ¿Es la creación un puro hecho de objetividades físicas y biológicas en las  cuales nada hay de misterioso? ¿Somos acaso nosotros un mero refajo de objetividades explicables, que podemos predecir, haciéndonos reconstruibles en una sencilla y mera recreación técnica? ¿No hay en nosotros, en eso que somos, en nuestro ser, un exceso que expresa la inmensidad de lo que somos? ¿No es nuestro ser una conjunción que aviva el misterio inalcanzable de nuestra individualidad? ¿Cuáles son nuestras huellas digitales, por mucho que logremos perfeccionarlas, que encierran toda la individualidad de nuestro ser, su destino personal? Somos seres tan inmensos, creados a imagen y semejanza, que la encarnación con su Misterio de ser cabe en nuestra carnalidad. Dios no tuvo que crear una carne distinta, sino que tomó la nuestra del seno de María. Una carne a la que no le había visitado el pecado.