Durante estos primeros días del tiempo ordinario leemos el inicio del Evangelio de Marcos donde, sintéticamente, se nos describe toda la actividad de Jesús en su vida pública. Lo hemos visto llamando discípulos, predicando y expulsando demonios. Hoy se nos presenta a Jesús que cura a los enfermos.

Jesús es verdaderamente Dios y tiene un poder total sobre la naturaleza. Ciertamente no va a salvar el mundo haciendo milagros, sino dando su vida por nosotros en la Cruz. Sin embargo sus acciones milagrosas mueven a creer a quienes están dispuestos. Siempre se ha dicho que los milagros no son suficientes si no hay disposición interior para recibirlos. Aparece en el Antiguo Testamento, donde los magos del Faraón realizaban prodigios parecidos a los de Moisés, lo encontramos en nuestra época, donde el racionalismo intenta pasar por su cedazo todo lo sobrenatural, y se vivió en los tiempos de Jesús.

Jesús cura a la suegra de Simón. Podemos interpretarlo también en el sentido de que cuando el Señor se acerca a una persona empieza a cambiar todo su entorno. Lo he visto en muchos alumnos: como sus padres o familiares han empezado a cambiar al darse cuenta de que ese joven vivía de otra manera. Poco a poco han descubierto que la razón de ello era su encuentro con Cristo. Y, después, ellos mismos han dado ese paso y también han experimentado el abrazo del Señor. La enfermedad exterior, a la que tantos santos y cristianos de todos los tiempos han respondido no sólo con ciencia y competencia sino también con caridad, es signo del mal interior. La presencia de Jesús nos libera de muchas ataduras y nos permite, como en el caso de la suegra de Simón, ponernos de nuevo a trabajar.

No es extraño que ante esa noticia fueran muchos quienes llevaran a sus enfermos para que los sanara el Señor. Sigue siendo así. La Iglesia es la casa en l que toda persona, sea cual sea su situación, puede ser acogida para experimentar el amor transformante de Dios.

Y, en este Evangelio, también se nos dice otra cosa importante. Los discípulos le dijeron al Señor: “todo el mundo te busca”. Esta frase del Evangelio siempre suscita en mi corazón un profundo movimiento de consuelo y esperanza. Por más que las circunstancias parezcan indicar lo contrario y muchos indicios hablen de un enfriamiento del sentimiento religioso, en lo más íntimo de cada uno habita este deseo: encontrarse con Cristo. No siempre se expresa de esta manera y aún a veces, en las manifestaciones externas, puede parecer lo contrario. Sin embargo el hecho profundo es que cada uno de nosotros ha sido pensado por Dios para encontrarse con Él. Sólo ahí vamos a encontrar la felicidad profunda.

A esa indicación de los discípulos responde el Señor indicando que debe ir a otra parte a evangelizar. Porque sus planes no coinciden exactamente con los nuestros. El designio de salvación parte de Él y sigue caminos de misericordia que nosotros ignoramos. Sin embargo eso no debe desalentarnos ya que su amor infinito es el que dispone las cosas de la forma más conveniente para nosotros.