Santos: Vicente, diácono y mártir; Anastasio, monje; Vicente, Oroncio y Víctor, mártires; Gaudencio, Blidrán, Gualterio, Britwaldo, Solemnio, obispos; Antíoco, Blesila y Domingo, confesores; Agatón, Domino, abades; Bresila, viuda; Guillermo José Chaminade, presbítero y fundador.

Guillermo José Chaminade vivió durante la Revolución francesa, ejerció su ministerio a la sombra de la guillotina, y realizó una inmensa labor evangelizadora y social después de ella.

Nació el 8 de abril de 1761 en Périgueux (Francia), en el seno de una familia numerosa formada por Blas, comerciante de paños, y Catalina. Lo bautizaron el mismo día de su nacimiento. Fue el benjamín de seis hermanos vivos: Juan Bautista, Blas, Francisco, Luis y Lucrecia.

Su hermano mayor, Juan Bautista, es jesuita; la supresión de la Compañía de Jesús en 1762 lo hizo pasar al clero secular y trabajar en el colegio San Carlos de Moudissan. Con su ayuda hizo Guillermo-José los estudios de Teología y comenzó a ejercer el ministerio sacerdotal, aunque se desconoce la fecha de su ordenación, que debió estar en torno al 1785.

En la época del Terror, Guillermo José reside en Burdeos, donde se instaló la guillotina de modo permanente por espacio de 10 meses.

La toma de la Bastilla del 14 de julio de 1789 dejaba adivinar sombrías peripecias. Al año siguiente, muerto ya Juan Bautista, la Asamblea Nacional aprobó la Constitución Civil del Clero que debían jurar todos los sacerdotes, convirtiéndose de ese modo en cismáticos separados de la obediencia a Roma o quedarse como ‘refractarios’ y ‘no-juramentados’ clandestinos que eran clientes seguros del verdugo de la guillotina al descubrirlos. Chaminade fue uno de ellos. Se disfrazó de calderero en Burdeos –allí no era muy conocido y alquiló una casa a nombre de sus padres–; recorría las calles como un baratijero ambulante para confesar, casar, celebrar la Eucaristía, y dar los sacramentos cuando un niño, como jugando, le dice al oído en qué casa debe entrar porque se le necesita. También daba ánimos a un círculo de cuarenta sacerdotes que vivían de modo semejante a la sombra de la guillotina.

Cuando cayó el sanguinario Robespierre, el Directorio de 1795 abrió la mano; pero lo desterró poniéndolo en la frontera con España. En la hospitalaria Zaragoza fue bien recibido el 11 de octubre, víspera de la fiesta del Pilar, pero allí no había puesto eclesiástico, había que rezar, atender a la propia supervivencia y esperar tiempos mejores a los pies de la Virgen que le hizo madurar su vocación desde el 1797 al 1800. Allí fue donde ‘vio’ lo que tenía que hacer a su vuelta a Francia con 39 años. La Virgen María es luz omnipresente en la vida de Chaminade; él mismo dirá: «Hace tiempo que no vivo ni respiro nada más que por el amor de María y para acrecentar su honor y su gloria».

Encontró a los cristianos franceses acobardados y alicaídos; las iglesias, devastadas y desiertas. El día 2 de febrero de 1801 funda la Congregación de la Inmaculada para jóvenes a los que anima a vivir el bautismo con todas las consecuencias y a la que se incorpora quien está dispuesto a consagrarse al culto de la Inmaculada Concepción, como madre de la juventud, para recristianizar la sociedad. Es toda una milicia; llegan de todas partes, se multiplican sin saber cómo, a no ser que hicieran caso a la norma apostólica práctica del fundador: «Cada uno otro más». Al año ya son cien jóvenes castos en el siglo más pervertido; cuando Napoleón invade España en el 1808, cuenta con 300 chicos, 250 chicas y numerosos padres y madres de familia, a pesar de que las campañas guerreras por toda Europa habían ido diezmando a un gran número de ellos. Los chicos de Burdeos no dan abasto para cubrir las necesidades: para las gentes analfabetas que vienen de los campos sin perspectiva laboral hay que abrir escuelas de oficios y colocación; montan clases de religión para los más ignorantes; organizan bibliotecas ambulantes sanas para combatir las lecturas infames que traen basura. De ellos van a salir un centenar de religiosos, religiosas, sacerdotes y seis obispos: son las Fraternidades y Comunidades laicas Marianistas.

Las colaboradoras también llegaron para lo que Dios quería. La robusta Teresa Carlota de Lamourous, de Le Pian, se hará cargo de La Misericordia para prestar atención a las prostitutas y que será la base para el futuro Instituto de las Hermanas de la Misericordia. La delicada Adela de Batz de Trenquelléon –nacida en 1789 e hija de un oficial de la Guardia real desterrado a Portugal y vuelto a Francia en 1808– será la otra mujer que Dios utilizará para que pueda existir el Instituto de las Hijas de María Inmaculada.

Chaminade no para. Con Juan Bautista Lalanne –un joven de 22 años, estudiante de medicina y uno de los primeros congregantes, y con 7 jóvenes más–, hace el 2 de octubre de 1817 la fundación de su principal obra: La Compañía de María, un instituto religioso en el que los sacerdotes, educadores seglares y obreros van a trabajar en pie de igualdades, sin privilegio ninguno, consagrados a Dios por votos religiosos y vida común. La finalidad será multiplicar los buenos cristianos. Por eso trabajarán con maestros, aparecerán las escuelas normales, y la Alsacia y Lorena se poblarán de escuelas marianistas, a pesar de la criba que supuso la revolución de 1830 que hizo trasladarse a Guillermo José de Burdeos a Agen, con 71 años.

Murió en 1850, después de quedar medio paralítico y sin habla por un ataque y de recibir los últimos sacramentos de manos de uno de sus hijos descarriados que tuvo la humildad de regresar a la casa de su padre, el 22 de enero de 1850.

Beatificado por Juan Pablo II el 3 de setiembre del 2000, en la misma ceremonia que lo fueron también los papas Pío IX y Juan XXIII, y otros dos varones: el abad Columba Marmión y el Arzobispo de Génova Tomasso Reggio.

En la ceremonia de beatificación, el papa rememoró su compromiso para acercarse a las personas alejadas de la Iglesia, y consideró que su personalidad plantea la necesidad de prestar una «atención renovada a la juventud, que necesita educadores y testigos».