Me encuentro desde ayer, como la mitad de los españoles, intentando torear la gripe. Con estos fríos y estas calefacciones es normal. Empieza uno a sentirse torpe, te duelen las extremidades, no te quitas el frío ni metiéndote dentro de un brasero…, pero todavía no tengo fiebre, así que hay que ir a la parroquia, que no sobramos los curas. Mientras tanto Parecetamol va, Parecetamol viene a ver si la cosa no va a mayores. Sería absurdo el pensar que la enfermedad no existe o que uno es inmune a cualquier virus o bacteria que campea a sus anchas por el mundo. Negar la evidencia no sirve de nada y, aunque a casi ninguno nos gusta, de vez en cuando hay que ir al médico y tomar algún medicamento. El que se crea superior a cualquier enfermedad y que el dolor de cabeza de hoy se debe a que se debe haber dado algún golpe durmiendo, seguramente acabe postrado en la cama con 42 grados de fiebre.

“Hermanos: Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.” En ocasiones nos da por negar la realidad del pecado, como si no mirándolo a la cara no existiese. Que Dios sea infinitamente misericordioso significa que cualquier pecado tiene perdón, no que el pecado no exista. Y tenemos que contar con nuestra realidad de pecadores, pero sin retirar los ojos de “el que inició y completa nuestra fe: Jesús”. Es cierto que la lucha contra el pecado durará toda la vida. Los que reducen el pecado al sexto mandamiento piensan que a los 80 años estará todo arreglado y no se dan cuenta que mientras tanto se alimenta el egoísmo, la tibieza, la codicia, la ira…, todo el resto de pecados para los que no nos hemos ido vacunando en nuestra vida pues no les dábamos importancia. A los que niegan la importancia del sexto mandamiento -que también los hay y muchos-, no se dan cuenta que (con perdón), se están abrigando la garganta y dejando el trasero al aire y de hay seguro que viene una pulmonía. La lucha contra el pecado dura toda la vida, pero pocas veces llegamos a la sangre en nuestra lucha, luego con la asistencia del Espíritu Santo es una guerra que podemos terminar y podemos vencer, mejor dicho, Cristo puede vencer en nosotros.

Contra el pecado no existe el simple voluntarismo. El único remedio es acercarnos a Jesús. Las curaciones del Evangelio que hoy proclamamos en la Santa Misa son muy distintas: desde Jairo que ruega con insistencia al Señor y lo lleva hasta su propia casa, a la mujer que padece flujos de sangre y se acerca discretamente por el camino. Las maneras de llegar a Cristo en la Iglesia son muy variadas, pero sea el camino que sea, sólo con Él podemos vencer en nuestras luchas. Acercarse al sacramento de la Penitencia, recibir frecuentemente la Eucaristía, orar frecuentemente, etc. no nos hacen invencibles, pero nos hará más fuertes y tendremos la certeza que cualquier enfermedad del alma -por muy prolongada que sea-, o incluso la que parece que está muerta, puede escuchar de los labios de Cristo el «Talitha quini» y volver a la vida con toda energía.

No hay batallas perdidas, hay pocas ganas de luchar o de reconocer nuestra realidad. El abrazo de la madre del cielo nos recuerda que a pesar de nuestra pequeñez contamos con los mejores aliados, que jamás nos abandonan. Ella “ruega por nosotros pecadores” y entonces no hay que temer la derrota.