Hoy el comentario va a ser breve, ayer se me complicó la vida en la parroquia y no tengo mucho tiempo para escribir. Lo cierto es que casi todo el mundo tenemos la vida muy complicada, andamos de acá para allá, estamos en una cosa y en otra, y el que más o el que menos sabe lo que es quedarse un día sin comer por acabar ciertas cosas. Tenemos en ocasiones que aprovechar ese momento, pero sería estúpido el pensar que lo mejor para aprovechar el tiempo es dejar de comer. Se podría aguantar un tiempo y después tendrías toda la eternidad para no hacer nada.

«Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer., y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» El Señor siente lástima de la gente y hará el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. La lástima de Jesús es equiparable a la lástima de Dios cuando se encuentra a Adán y Eva escondidos y avergonzados. Puede parecer que Dios castiga, pero Dios coloca a cada uno en su lugar. Es el hombre el que, voluntariamente, decide que su sitio no es el paraíso, el lugar donde todo era bueno y todo estaba bien hecho. Al pecar rompe esa perfección y tendrá que sudar para comer. Podría elegir no comer, pero eso -también en aquella época-, duraba poco tiempo.

Pero aunque sea con sudor de su frente Dios no deja de alimentar a sus hijos, no hace que el campo se vuelva yermo y se sequen los ríos. Dios sigue siendo providente y no abandona nunca a sus criaturas, ni a las más perdidas.

“La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil.” En Jesucristo Dios nos muestra lo insondable de su bondad. El auténtico alimento ya no es obra del esfuerzo de los hombres, sino de la magnanimidad de Dios, del derroche de su generosidad. Dios se da en su Hijo y eso es abundar y sobreabundar. Desde que Cristo instituye la Eucaristía la Iglesia la ha celebrado en todos los rincones y lugares ha donde ha llegado. Ha llevado a todas partes el alimento celestial y se siguen celebrando miles de Misa cada día en los rincones más recónditos. Y sin embargo todavía encontramos personas famélicas de Dios, con hambruna espiritual, que no quieren acercarse al altar pues quieren construir su vida sobre sí mismos. Prefieren quedarse en ayunas que admitir la generosidad de Dios. La Iglesia no podemos dejar de ofrecer este alimento, gratuito y que sacia, a todos aquellos que buscan a Dios.

Y tampoco podemos olvidar a tantos y tantos, que a pesar de los avances de la ciencia y el conocimiento, siguen pasando hambre física y que mueren cada minuto en tantas partes del mundo. El hambre de Dios debería hacer un mundo más justo, pero tantas veces no queremos saciar ese hambre para afincarnos en nuestra injusticia.

Que la Virgen nos ayude a nunca jamás pasar hambre de Dios y a hacer loposible para que nadie pase hambre