El relato del diluvio finaliza con una promesa. Dios no maldecirá más la tierra por causa del hombre. Se insinúa que el castigo tampoco es capaz de renovar al hombre, de hacerlo nuevo, y se apunta a que habrá de ser salvado de otra manera.

Los Padres de la Iglesia han descubierto muchas figuras en el relato del Génesis. La paloma que regresa con un ramo de olivo puede ser signo del Espíritu Santo o también anuncio del Hijo que habría de venir un día a la tierra. A su vez, el arca, que es salva a Noé y sus familias, de perecer en el agua, puede significar el bautismo o la misma Iglesia. Al reconocer todos esos signos se apunta al nuncio de salvación que contiene el antiguo relato. El designio de Dios es que el hombre no perezca, pero eso es imposible si el mismo Dios no viene en su ayuda. Si las aguas pueden inundarlo todo y acabar con toda forma viviente, peor son las consecuencias del pecado que hunden al hombre y no le ofrecen ninguna oportunidad de zafarse.

La historia avanza y Dios va mostrando su verdadera voluntad: la de conducir a todos los hombres hacia Él, liberándolos de la esclavitud del pecado. El hecho de que Noé libere diversos animales y haya de esperar varios días hasta salir del arca, muestra como la salvación avanza de manera gradual. También en el evangelio observamos que Jesús cura a un ciego en dos momentos. No actúa inmediatamente sino que aquel hombre primero ve borroso y, finalmente con claridad. Como dice el evangelio “Empezó a distinguir”.

Esta gradualidad nos enseña algo importante en el orden espiritual. Queremos que nuestra vida cambie de repente; queremos entenderlo todo de una vez; esperamos que los efectos de la gracia actúen de manera contundente en nuestra vida… Somos un poco impacientes y debemos aprender a acostumbrarnos al proceder de Dios. De la misma manera que las aguas no se retiraron de golpe, y que su acumulación se debía a muchos días de lluvia ininterrumpida, también nuestra vida espiritual está sujeta a crecimiento. Noé ya estaba salvado desde el momento en que subió al Arca, pero no podía pisar tierra firme. Estaba salvado, pero no podía vivir según toda su plenitud. De alguna manera su libertad era preservada, pero no podía desarrollarla plenamente, pues quedaba confinado a los estrechos espacios de la embarcación. Dentro de la nave tampoco podía ofrecer el holocausto que realizó una vez desembarcado.

A nosotros también nos gustaría dar mayor gloria a Dios y servirle con más generosidad, pero estamos atados. Hemos de aprender a confiar en la misericordia divina, en Jesús, que ya nos ha salvado y que va haciendo que crezca en nosotros la semilla de eternidad que ha depositado.