El otro día asistí a una conferencia dictada por el director de un prestigioso colegio. El colegio tiene unos cincuenta años de existencia y, desde sus orígenes hasta ahora, ha conseguido un notable éxito con sus alumnos. Está situado en un distrito considerado conflictivo y con un nivel de renta medio bajo. El ponente me sorprendió agradablemente por varios motivos. Voy a señalar dos. En primer lugar no pretendía que su método tuviera validez universal. Por ello, en todo momento, se refería a su experiencia, dejando abierta la puerta a que otros métodos y otras iniciativas pudieran resultar igualmente exitosas o incluso más. Lo segundo que me agradó es que nos dijo que continuamente visitaba otros centros o acompañaba a directores de otros colegios que venían a visitar el suyo. En esos encuentros siempre miraba qué era lo que otros hacían mejor que ellos para aprender.

En el Evangelio de hoy veos como Juan, el discípulo amado del Señor se sorprende de que haya gente que expulsa demonios en nombre de Jesús sin formar parte del grupo de los Doce. No sólo le ha sorprendido ese hecho sino que, incluso, ha intentado impedírselo. Jesús corrige la acción de su apóstol. Nadie tiene la exclusividad del bien. Sólo Dios es el Bien y Jesús difunde sus dones cómo y cuando quiere. Por eso no hay que actuar con mentalidad mezquina ante los éxitos o buenas obras de los demás. Por el contrario, hay que alegrarse.

Meditando este evangelio descubrimos que hay que alegrarse por el bien que realiza cualquier persona, sea quien sea. Todo lo que concurre a manifestar la bondad de Dios ha de ser querido por nosotros. Todo el que obra el bien habla bien de Cristo, aunque no lo conozca, porque todo lo bueno refiere de una u otra manera a Dios.

A nivel intraeclesial el evangelio de hoy también nos pide que aprendamos a amar todos los carismas. Muchas veces, en conversaciones desenfadadas, me he encontrado con afirmaciones del tipo “si son muy buenos, pero…”. Esos “peros”, no pocas veces carecen de justificación y encubren o envidia o exclusivismo. Por eso el evangelio de hoy me coloca ante el reto fascinante de dejarme sorprender y dar gracias por todas las cosas maravillosas que Dios suscita en su iglesia por medio de carismas diferentes. De hecho todos los carismas están al servicio los unos de los otros y lejos de impedirse la acción la potencian.

Finalmente, sobre la validez de algo en la Iglesia no nos toca a nosotros juzgar sino a la autoridad. Por eso cuando algo está reconocido por ella, no parece muy oportuno plantear objeciones. Por el contrario siempre podemos aprender de lo que hacen los demás. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos en los que carismas nuevos enriquecen a los antiguos y, de iniciativas que aparecen buscando en el legado del pasado. Sí, Jesús hace muchas cosas buenas a través nuestro, pero también a través de otros. Y quiere que las veamos con agradecimiento.

Que la Virgen María nos ayude a estar atentos a todo lo que el Señor suscita en su Iglesia y que no dejemos de dar gracias.