Si algún miembro de mi cuerpo me escandalizara no me lo cortaría, sino que iría a confesarme. Aún así no me parece que las palabras del evangelio de hoy no merezcan atención y mucho menos que no sean verdaderas. Ciertamente preferiría perder mis ojos a condenarme eternamente. Y entrar en el Reino de Dios es el mayor de los bienes y si ello me faltara no podría ser plenamente feliz. Por eso, cuando releo estas palabras del Señor y las medito me doy cuenta de que me dicen algo muy importante. Toda mi vida debe orientarse al Sumo Bien, que es Dios, y en todo momento tengo que buscar cumplir su voluntad. Por eso, tras el lenguaje tan duro en la forma que utiliza Jesús, descubro su gran misericordia.

El Señor me está diciendo que el bien no entra en nunca en componendas con el mal. Son como dos mundos que se excluyen del todo. Y, en la vida práctica, me está llamando a desear la santidad con todo el corazón. El lenguaje fuerte lo que hace es mostrar la radicalidad de la decisión: ser santo, que implica corresponder a la gracia que nos es ofrecida por Dios.

Por otra parte, ante los escándalos que últimamente han salido a la luz y que han hecho daño a tantas personas, ¿a quién sorprenden las palabras de Señor: “el que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar”?. ¿El daño causado a las víctimas por personas consagradas al Señor y que han actuado de forma diametralmente opuesta a lo que se esperaba de ellas, no hacen más comprensibles las palabras de Cristo? En ellas se nos dice que nunca es lícito dañar a nadie, sobre todo a los que son más vulnerables, a los pequeños. Y más cuando ese daño les va a llevar a desorientar totalmente su vida, convirtiéndola en un sufrimiento continuo. Y a ese sufrimiento físico provocado en los más pequeño se ha añadido el que muchos pueden haber sentido repulsión hacia la Iglesia y a dejar de ver la belleza y bondad de Cristo.

Por todo ello el evangelio de hoy llega profundamente a nuestro corazón y nos recuerda que hemos de amar apasionadamente el bien y huir de toda forma de mal, incluso la más pequeña. Pero, ¿cómo lo haremos si nos sentimos débiles y somos conscientes de nuestras pobres fuerzas y de nuestra historia que está cargada de errores e infidelidades? Ciertamente Jesús no ha pronunciado esas palabras para desanimarnos sino para que con confianza nos fijemos en él y encontremos la respuesta.

Hoy, por ejemplo, se celebra también la memoria de san Policarpo, que murió mártir en el año 155. Fue discípulo de san Juan. No se veía con fuerzas para soportar el martirio y cuando estalló la persecución contra los cristianos se escondió. Sin embargo fue denunciado y detenido. Según cuenta una carta que escribieron los cristianos de Esmirna, ciudad en la que era obispo, él declaró ante la amenaza de ser llevado a la hoguera si no adoraba al César: “Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga”. Esa vida es un buen comentario al sentido de las enseñanzas de hoy.

Que la Virgen maría nos ayude a comprender mejor lo que Jesús nos enseña y a conocer su amor.