Santos: Francisca Romana, religiosa; Paciano, Benito, Gregorio Niseno, obispos; Catalina de Bolonia, virgen; Domingo Savio, confesor; Quirino, Cándido, Cirión, Vidal, Urpasiano, mártires

Es español y ocupa un lugar apreciable en la patrología del siglo IV, testigo y maestro de la doctrina católica en puntos principales.

Hay noticias contemporáneas suyas. San Jerónimo, en su libro De viris illustribus, escrito en el 392, dice de él: que fue obispo, que su sede es Barcelona, y añade que «junto al Pirineo», para que no quepa ninguna duda; asegura que fue varón eclesiástico elocuente, que escribió varios opúsculos y que murió superviejo en tiempos del emperador Teodosio. Con estos datos ofrece una perfecta biografía, aunque sintética. Nos hubiera gustado que nos dejara, además, testimonios de su amor a Dios y celo pastoral, que es lo que de verdad hace a un obispo santo; pero con un poco de esfuerzo y analizando sus propios escritos, podremos sacar algo en claro al respecto, por el modo de salir al paso con intentos de solución a las necesidades de su grey.

Se casó cuando era joven, tuvo un hijo llamado Dextro, que llegó a altos puestos en la administración imperial del Teodosio y luego de Honorio.

Paciano es un hombre de vasta cultura tanto religiosa como profana. Probablemente sucedió en la sede a Pretextato, que asistió como obispo de Barcelona al concilio de Sárdica, celebrado en la actual Sofía, capital de Bulgaria, en el año 347. Se desconoce si al ser elegido Paciano como obispo, alrededor el año 377, era ya viudo o se separó de su esposa para vivir en perfecta continencia, como era usual en la época y mandado en los cánones.

Murió antes del año 392, porque en ese año ya conocía san Jerónimo la noticia de su muerte.

La herencia literaria y teológica de Paciano se contiene en cinco obritas de las que una se perdió; me refiero a Cervus –Cérvulus, le gustaba llamarla a él– tenemos noticia de ella por referencias de otros autores y por la mención que el mismo Paciano hace en otra de sus obras titulada Paraenesis. Además, tiene 3 cartas Ad Simpronianum Novatianum y el Sermo de Baptismo ad Catechumenos.

¡Qué pena que no se haya podido recuperar ‘Cervus’! El tema de su obra perdida es una diatriba contra los carnavales. Me explico. Critica de manera clara y tajante un resto de antiguo paganismo que aún sobrevivía, consistente en impúdicos y desenfrenados desórdenes que se cometían a primeros de año; los cristianos, para ocultar sus vergüenzas, se disfrazaban de animales, sobre todo de ciervos y asnos. Se nota que, en determinados aspectos, se ha cambiado poco a lo largo de los siglos.

Para preparar debidamente a los que estaban próximos a recibir el bautismo, Paciano escribió ‘Sermo de Baptismo ad Catechumenos’. Basado en múltiples datos de la Sagrada Escritura, expone el rico contenido teológico del rito bautismal. Enseña acerca del estado de degradación y muerte previo a la encarnación del que Cristo saca a la humanidad; expone la lucha mantenida por Jesús contra el demonio hasta la muerte en la cruz y se explaya con elegancia en la exposición de la victoria cuando resucita. La Iglesia engendra a los bautizados por el bautismo haciéndolos santos.

Las ‘Cartas a Simproniano’ –es un sujeto que se ha separado de la unidad católica, y hereje novaciano que negaba la potestad de la Iglesia para perdonar los pecados– desarrollan la teología penitencial. Al explicar el concepto de «católica» aplicado a la Iglesia, con abundantes citas de autores anteriores, principalmente de Tascio Cecilio Cipriano, dirá que ese título le corresponde por ser la principal, y dejará Paciano una frase propia que testifica su sentido de unidad: «Cristiano es mi nombre; católico, mi apellido».

Defiende con ardor el poder de perdonar, empleando una abrumadora apoyatura de textos para asegurar que siempre lo otorga la Iglesia con el poder divino.

A la reconciliación de los pecadores penitentes que negaban los cátaros o puros novacianos, opondrá el amor compasivo de la Iglesia que no solo es esposa limpia e inmaculada, sino también madre compasiva que trata con amor a sus hijos enfermos, cuando están dispuestos a dar una cumplida satisfacción por sus malos pasos.

El subtítulo de Paraenesis aclara el contenido de la obra: «libellus exhortatorius ad paenitentiam» y completa la doctrina penitencial expuesta en sus cartas, al exponer asuntos referentes a la penitencia pública. Menciona los cuatro pecados graves que la merecen: apostasía, homicidio, adulterio y fornicación. Sale al paso de las dificultades en las que puede verse un cristiano pecador para rectificar sus errores y encauzar su vida de fe, escribiendo que «no tenéis vergüenza para pecar y os avergonzáis para confesar», haciéndoles ver su carencia de lógica. A los reparos que puede sentir el pecador para someterse y aceptar la penitencia pública, comentará que negarse sería una situación «como la del enfermo que, conocida su enfermedad, no quiere aceptar el remedio del médico para curar». Animará a los fieles a la conversión sincera y verdadera con obras, aunque sean «cura dolorosa», y expondrá con verdadera sencillez y unción las parábolas de la oveja que busca el Pastor, de la dracma que perdió una mujer y de la alegría de los ángeles por la vuelta del pecador.

A pesar de tanta riqueza de contenido bíblico, patrístico, escriturístico y teológico de su obra es tardío el culto a Paciano; de hecho, lo silencia la liturgia mozárabe, y no aparece en los misales y santorales de Barcelona hasta el siglo IX.