Muchas veces es difícil (al menos para mí, que soy bastante torpe), saber lo que otro piensa…, a veces me es difícil saber lo que estoy pensando yo. No me gusta que me hablen con insinuaciones, guiños, indirectas, suposiciones, dobles sentidos y todas esas cosas. No por tener un corazón recto, sino porque no las entiendo. Me molesta mucho que me digan: “Ya sabes!. Si yo no sé casi nada. Me gustan las cosas directas,claras, con su nombre. No tengo mucho tiempo para estrategias ni zarandajas. Sería un pésimo diplomático, aunque algunos piensan que sé más cosas porque me callo y escucho. Y si me es difícil conocer el corazón y los pensamientos de otros no me es tampoco fácil conocer los propios. ¿A quién no le cuesta hacer bien el examen de conciencia? Pero Dios sí conoce nuestro corazón, nuestras intenciones y lo ve claro como el agua.Por eso es mucho mejor pedirle a Dios luces para que nos ayude a conocernos como él nos conoce, que sin duda será mucho más claro y mucho más misericordioso de lo que nos conocemos nosotros.

«Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones.» Muchas veces nos encontramos con personas (tal vez nosotros mismos), que se juzgan con una severidad excesiva. Ante tres fracasos ya se sienten que no están llamados a la vida de piedad, o ser caritativos con los demás o que son incapaces de vivir la castidad. Y otras veces nos encontramos a otros (tal vez nosotros mismos), que tienen una “manga muy ancha” con lo que hacen, sólo dan importancia a lo que consideran muy importante…, que cada vez son menos cosas. Ciertamente pocas cosas con tan complicadas como el corazón, por eso necesitamos luz, la luz del Espíritu Santo.

«Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.» La historia de Lázaro y el rico nos sirve para sacar muchas conclusiones. Pero una de ellas es lo mal que se conocía el rico a sí mismo, y que conocía a Dios y a sus hermanos. El problema del rico no era ser rico, sino el haber ignorado a Lázaro, que día tras día estaba a su puerta. Lo conocía, sabía su nombre, pero nunca había tocado la sensibilidad de su corazón. A pesar de su apariencia de ir de fiesta en fiesta y de banquete en banquete, tenía entrañas duras. Tal vez en alguna ocasión se hubiera planteado algo, pero se justificaría.

Y lo cierto es que conocer nuestro interior, lo que tenemos en el corazón es fundamental. No valen excusas, nos jugamos la eternidad. Ante Dios no vale el “yo creía”, “yo pensaba” o “yo me imaginaba”. Está bien claro: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.» Por eso en esta cuaresma es fundamental el que cada uno sondee su interior, le pida luces a Dios y estemos dispuestos a hacer lo que Dios quiera.

Sólo tendremos un abogado: nuestra Madre la Virgen. A ella acudimos.