El Evangelio de este domingo, que narra el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, es de tal riqueza que puede alimentar nuestra oración durante muchos días. Podemos verlo como escuela de oración. Jesús está sentado junto a un pozo, y se acerca una mujer. De hecho es Dios el que se hace encontradizo, a la hora y en el momento menos pensado (en este caso al mediodía, cuando la mujer ha ido a buscar agua porque, probablemente, esperaba no encontrar a nadie debido a la intensidad del sol y el calor). Es Jesús quien nos busca e inicia el diálogo. Por eso el Catecismo dice que nuestra oración es respuesta a lo que nos dice Dios. Él habla primero y nosotros seguimos su diálogo aunque, a veces, como hace la samaritana, salgamos por peteneras.

La oración con Dios parte de lo cotidiano. En este caso sacar agua (el cubo, la profundidad del pozo…). Rezar a partir de lo abstracto, sin incidencia real en la vida, es una forma de impedir la auténtica oración. Y, como no sabemos qué pedir, es Jesús el que nos pide: Dame de beber, que es como si nos dijera: tengo ganas de que estés conmigo y me hagas compañía. Me gusta que vengas a verme y que tengas un rato para que conversemos. Es una petición que parece rara viniendo de Dios, porque lo tiene todo y no necesita de nosotros, pero lo hace para que tengamos sed de Él. Escoge ese camino para que nos demos cuenta de que le necesitamos. Como dice el Catecismo: «Dios tiene sed de nuestra sed».

En el proceso de la oración, si ésta es verdadera, se va iluminando nuestra vida. Por eso le dice Jesús a la mujer: «Llama a tu marido«. Le hace ver cuál es su problema. Acorralada, como nos sucede a frecuencia a todos cuando rezamos, se interesa por la alta teología y pregunta dónde debe adorarse a Dios. Plantea un problema real, pero que a ella no le concierne. Es como si nosotros nos interrogáramos sobre la manera que Dios tiene de revelarse a los que no le conocen e ignorásemos el modo como se acerca a nosotros. Y Jesús le va revelando su divinidad hasta que aquella mujer comprende la verdad de que Jesús es el Mesías.

Ha sido un diálogo complicado, como muchas veces lo es nuestra oración, llena de distracciones, pero aquella mujer mantuvo el diálogo hasta el final. ¡Qué importante es ser fieles a la oración diaria!

            El salmo nos previene contra la tentación de huir de la oración cuando dice: ¡Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá! Hay muchas tentaciones contra la oración, pero la más importante es la falta de fe. Las otras, no encontrar tiempo, pensar que Dios no escucha, la conciencia de nuestra indignidad, la rutina…, son como sus hijas menores. La persona que tiene fe reza. El ejemplo de la samaritana nos muestra que en ocasiones hace falta pasar mucho tiempo con el Señor para que al final nuestro corazón se abra y vea. Es lo que los teólogos llaman la contemplación. Puede ser un camino largo, pero en ningún caso intransitable, porque es el mismo Jesús quien lo recorre con nosotros.