En la octava de Pascua, una y otra vez, escucharemos los relatos de la resurrección. Ante este hecho uno no puede quedar indiferente. Ose cree o no se cree, pero no se puede tomar una actitud aséptica, como si no nos interesase. Es por eso por lo que los cristianos no dejamos indiferentes, levantamos amores u odios a nuestro alrededor… a no ser que vivamos un cristianismo ligth, de sacristía para dentro.

“Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que «no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción», hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, de lo cual todos nosotros somos testigos.” La resurrección de Cristo no es sólo un dato más o menos interesante, como el tamaño de la nariz de Cleopatra, que se conoce y ya está. el que cree que Cristo ha resucitado se convierte en testigo y por eso es molesto para los que quieren negarlo.«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.» Porque la resurrección cambia toda nuestra vida, nuestros objetivos, preferencias, criterios y valoraciones. Eso de lo que muchos presumen, el tener “una mirada objetiva” sólo es cierta si se ve desde la resurrección. Si un político -por poner un ejemplo de vida pública (con perdón)-, se plantea el organizar la sociedad como si Cristo no hubiera resucitado, o piensa que eso es un dato exclusivamente religioso, perteneciente al ámbito de su piedad, entonces es que no cree en la resurrección. Es triste, pero es así. Cuando uno se levanta por la mañana lo hace sabiendo que Cristo resucitado está, y le acompañará en ese día (aunque tal vez nosotros no estemos por la labor de acompañarle), pero no es algo que sea “para mañana”. Es hoy, el hoy dichoso de los que confesamos la resurrección.

Por eso la alegría de la que hablábamos ayeres inherente a la confesión de Cristo resucitado. Cristo es resucitado me vaya bien o mal la vida, es una certeza que llena mi vida. No es un dato más, es una certeza de la que vivo y para la que vivo.

Creer en la resurrección es ser testigo, y el testigo se hace creíble con su vida, a pesar de sus miserias.

Le pedimos hoy a la Virgen que nos reúna a los cristianos, como hizo con los apóstoles, en un mismo cenáculo y así el mundo crea.