Ultimamente proliferan las series y películas de fantasmas, muertos vivientes, vampiros y demás espectros de aspecto más o menos desagradable. sin ser película también proliferan los médium, adivinadores, cartománticos, visionarios y demás personajes con relación con lo sobrenatural. Y es que cuando se deja de creer en Dios se empieza a creer en cualquier cosa, que verdad tan verdadera. Pero es verdad que mucho viven como si no hubiese vida después de la muerte y les apasionan todas estas cosas, se vuelven adictos de los paranormal. Y en ocasiones se nos puede meter la idea que después de la muerte uno se queda en un estado más o menos curioso, y que si te esfuerzas, en ocasiones verás muertos, como si el sexto sentido fuera lo común de todos los mortales. Yo tengo mucho respeto a todo lo sobrenatural, suele ser un buen método que usa el demonio para engañar; pero me da mucha rabia que muchos piensen que se van a convertir en fantasmas.

«¿Por qué os alarmáis;» ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Si estamos llamados a algo es a ser como Cristo, y el día de la resurrección universal volveremos a tener carne y huesos, en un cuerpo glorioso, como el de Cristo. Y volveré a dar un beso a mis padres y a abrazar a mis hermanos y amigos. Muchas veces se acusa a la Iglesia de despreciar lo terrenal y rechazar los placeres de la carne…, ¡pero si la carne es un don de Dios!. No podemos despreciar lo carnal, todo lo contrario, lo valoramos y mucho pues constituye parte de nuestra esencia. Cuando se comentaron tan apasionadamente las palabras sobre los preservativos en el libro entrevista al Papa no se quería entender esto. Es mejor ver que la Iglesia habla del sexo con asco y no con veneración. La carne y toda su expresividad es manifestación de la humanidad, y de la humanidad redimida en Cristo y por no es principalmente fuente de pecado, sino de salvación. Algunos renunciamos en el celibato a algo bueno (si renunciásemos a algo malo no sería más que un poco de sentido común), y le entregamos todo nuestro ser, incluida la carnalidad a Dios. Otros son llamados a participar -de una manera maravillosa-, en el misterio del amor de Dios a la Iglesia, que se entrega hasta la última gota de su sangre y el último centímetro de su cuerpo. Pero muchos quieren entenderlo como un acto exclusivamente suyo, del que hacen partícipe a Dios, no como una acción de Dios en ellos. Y entonces el sacramento del matrimonio pasa de ser una entrega, una oblación, a una simple celebración festiva con Dios de telonero. Y otros simplemente rechazan a Dios de su ser, esos son los fantasmas, los que se quedarán sin cuerpo pues ni se lo dieron ellos mismos ni se lo volverán a dar. Son los auténticos “despreciadores” de lo carnal, pues para ellos no vale nada, e incluso a veces, menos que nada. Aún así no está todo perdido: “Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos.” Y vuelve a quien quiere acogerle.

Que la Virgen María que vio en sus entrañas formarse al Redentor nos ayude a valorar en mucho nuestra carne.