Hoy todos a contemplar, de cerca o por la televisión, la canonización de Juan Pablo II. Una gran alegría personal y para toda la Iglesia. para casi todos ha sido “nuestro Papa” y es un gozo verle en los altares, como también lo será para Benedicto XVI, seguro que la homilía es espectacular. Y se hace en este domingo de la divina misericordia, con la imagen en la retina del Papa hablando en confidencia con aquel que atentó contra su vida . Muchos de los males de nuestro mundo se deben a la falta de misericordia. No se ama de corazón al otro con sus miserias, ni tan siquiera nos amamos a nosotros mismos con nuestras miserias. Queremos cada día ocultar nuestro pecado y mostrar una imagen irreal de nosotros mismos, como si nosotros consiguiésemos la salvación por nuestros méritos y no por la misericordia entrañable de Dios.

-«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Hoy está la tentación (buena) de hablar del apóstol Tomás y su incredulidad. Pero no podemos dejar de lado el encargo que reciben los apóstoles. Perdonar, perdonar y perdonar siempre…, a no ser a aquellos que no quieran pedir perdón, entonces se está pidiendo peras al olmo. Contar con el perdón nos lleva a decir: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.” Contar con el perdón hace una sociedad nueva en la que “los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común”, pues uno se da cuenta de lo realmente importante, de lo que vale la pena. La misericordia nos empuja a derrochar misericordia con los demás. Uno no puede guardársela para sí, ni puede usarla con unos sí y con otros no. La misericordia lleva al perdón a los que nos desprecian, a los que nos humillan, a los que nos engañan, a los que nos mienten, a los que nos atacan y a los que nos disparan. La misericordia no sabe de ofensas ni de traiciones. La misericordia sólo nace pedirle a Dios el don del Espíritu Santo, de llevar una vida según Cristo. La misericordia se ríe del juicio pues el juicio que vale es el de Dios y no el nuestro… por mucha razón que llevemos. La misericordia siempre da una oportunidad más, nunca se cansa y siempre espera lo mejor aunque reciba una bofetada.

Hoy hay que pedirle al Señor entrañas de misericordia. Que cuando un no creyente, un renegado o un desilusionado se encuentre con un cristiano se encuentre con la misericordia.

Domingo de la misericordia, domingo de Juan Pablo II, domingo de la Iglesia. Gracias Virgen, Madre de la Iglesia, por sacar la Misericordia de tus entrañas.

¡Ah! y felicidades mamá.