Uno de la parroquia (al que debo tratar bien, pues lleva la economía), tiene la asquerosa costumbre de mandar una foto suya por correo electrónico. No es que sea particularmente feo, sino que lo hace según sale de cada operación, lleno de tubos, moretones, vías y con ojos de cordero degollado. No contento con eso después te explica la operación mientras te estás tomando tranquilamente un café. Y no cuenta las anécdotas, sino que te hace diagramas en una servilleta de cómo ha sido la intervención. La última ha sido de hernia de hiato y bolígrafo en mano no duda en describirte cómo le han hecho un nudo en la boca del estómago para que los ácidos gástricos no hagan reflujo y le quemen el esófago. Él tan feliz amargándote el café con sus reflujos, pero como he dicho tengo que tratarle bien que trabaja mucho y con profesionalidad por la parroquia.

“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: -«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»” Este viernes de la segunda semana de Pascua el Evangelio nos remite a la Eucaristía. Si nos diésemos cuenta de los efectos de la comunión frecuente, no dejaríamos nunca de acercarnos a recibirle a Él, el resucitado, bajo las especies de pan y vino. Pero parece que a mucha gente la comunión le hace reflujo, le quema el alma, y evita este alimento. Yo no digo que todos los que vengan frecuentemente a Misa sean santos, pero seguro que casi todos luchan por identificarse con Cristo. Sin embargo está demostradísimo que cuando uno empieza a llevar una vida irregular, se abandona en la lucha por la santidad, también abandona la asistencia a la Eucaristía.  Y tristemente vemos que en ocasiones no sólo se deja al margen, se olvida, sino que se la ataca. Se ataca a la Eucaristía por sacerdotes que han hecho más una pachanga que una celebración, por personas que profanan las Iglesias y sólo van a hacer daño al divino huésped del Sagrario y se le ataca con la soledad de parroquias cerradas la mayoría del día.

“Mi consejo es éste: No os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se dispersarán; pero, si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios.” Las sabias palabras de Gamaliel nos explican el por qué de los ataques a la Eucaristía, no es un ataque contra los eclesiásticos, ni tan siquiera contra los cristianos, sino contra el mismo Dios. Pero Dios vence con sus armas, que son la misericordia entrañable, los pequeños detalles de amos, esa genuflexión bien hecha, ese ratito de adoración frente al Sagrario, ese salir de Misa deseando hacer el bien. Esa es nuestra defensa. Contra nosotros podrán, contra Dios no tienen nada que hacer, por mucho empeño que pongan.

Le pedimos a María, el primer sagrario, que nos ayude en esta Pascua a cuidar nuestra vida eucarística,… y que nunca nos de reflujos la comunión.