La primera lectura de hoy ilustra lo enseñado por el Evangelio. Dice Jesús: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Abrán y Lot, de camino hacia la tierra prometida se encuentran con que son demasiado numerosos. Los rebaños y pastores de ambos grupos encuentran dificultades para compartir el espacio. Abrán actúa con generosidad y deja que Lot elija que camino quiere seguir. Él, señala, se irá por el otro. Lot elige la mejor tierra, “pues vio que toda la vega del Jordán, hasta la entrada de Zear, era de regadío”. A Lot le puede la riqueza de la tierra que aparece ante sus ojos y elige ese camino. El texto ya nos señala que aquella riqueza aparente ocultaba peligros (las ciudades de Sodoma y Gomorra). Se cumplía así también lo que indica Jesús hoy: “ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ella”.

Entre la elección de Abrán y la de su sobrino (que aquí se denomina hermano según la mentalidad semítica que tiene un concepto más amplio de la familia), media una diferencia. El patriarca toma las decisiones pensando en todo momento en el bien de la comunidad (se preocupa por el bien de todos), mientras que Lot lo hace pensando en su prosperidad personal. No es que haya nada malo en ello, en sí mismo, pero descubrimos una gran diferencia. Porque la elección del camino también nos indica de quien se fía cada uno. Abrán se ha puesto en camino fiado de la palabra de Dios y en ella quiere poner toda su confianza. Ciertamente continúa realizando elecciones prudenciales, porque no deja de ser hombre ni renuncia a los talentos que ha recibido de Dios, pero en todo se deja iluminar por el Señor y no cae en la tentación de construirse su propio futuro: este está en manos de Dios.

De la misma manera, cuando Abrán va a instalarse junto a la encina de Mabré, y planta allí su tienda, lo primero que hace es construir un altar en honor del Señor. Porque toda su vida quiere que sea para alabanza de Dios. Frente a lo deshabitado de Mambré, Lot avanza plantando sus tiendas por las ciudades de la vega (adentrándose en un mundo construido sólo por hombres que viven de espaldas a Dios), y se acerca cada vez más a Sodoma. La ciudad representa el asentamiento, frente a la civilización nómada, del que siempre está en camino. Simbólicamente podemos entenderla como el quedarse quieto sin querer avanzar más en la vida cristiana, conformándonos con nuestra pereza o con la simple prosperidad material. Pero, dé riqueza o pobreza, lo que Dios nos ofrece siempre, cuando intentamos cumplir su voluntad, es la posibilidad de una relación más intensa con Él. Es lo que simboliza el altar.

En ese altar se nos indica también lo que es la religión (la relación del hombre con su origen). En ese sentido lo que Abrán hace es reconocer que en todas las situaciones de su vida mantiene un vínculo con Dios. Y que eso atraviesa toda su existencia. No se trata sólo de vivir para Dios cuando estamos mal y necesitamos de su ayuda para salir de la tribulación, sino de vivirlo todo sabiendo que dependemos de Él, y que ahí está nuestra salvación.

Que la Virgen María nos ayude a darnos cuenta de que es Dios quien conduce la historia y nos enseñe a elegir siempre buscando cumplir su voluntad.