Huysman, un escritor francés converso al catolicismo, describía a los conventos de monjas carmelitas como pararrayos. Con admiración había descubierto que aquellas mujeres se habían retirado al claustro no para pedir por sus pecados, sino para implorar la misericordia de Dios sobre todo el mundo. Y con esas figuras provocativas que él usaba venía a decir que la ira de Dios caía sobre aquellos conventos que así expiaban el mal de los hombres.

Santa Faustina en su diario también exhorta a impetrar continuamente la misericordia de Dios para que se apiade de los hombres. Viene a decir que la oración de los humildes que confían en la misericordia divina sostiene la paciencia de Dios.

En la primera lectura de hoy nos encontramos con Abrahán, intercediendo ante Dios que ha decretado la destrucción de Sodoma, ciudad totalmente dominada por el pecado. La oración de Abrahán sorprende por la confianza con que el Patriarca habla con Dios. Es un diálogo de regateo. Un modelo de intercesión con el que Abrahán intenta cambiar el designio de Dios para salvar a Lot y su familia. Abrahán no se dirige a Dios con presunción, sino desde la humildad de quien reconoce la grandeza de Dios, pero no por ello deja de insistir. No impone nada a Dios sino que parte de la confianza que tiene con Dios, de su cercanía cordial para con él.

Descubrimos varias cosas. En primer lugar es Dios quien le abre su corazón y le expresa el dolor que siente por el pecado de los hombres. Es este un punto que debemos considerar. A los que aman y se unen al Señor les es dado entrar en el misterio de la misericordia divina. No es este un amor indiferente a lo que sucede; una simple expresión del poder de Dios. Quienes aman al Señor son invitados a participar en el misterio de la redención: y una parte de él es conocer el mal que amenaza al mundo; el misterio del pecado y sus fatales consecuencias.

La experiencia de Abrahán sigue dándose en nuestro tiempo. Creo que el beato Juan Pablo II ha sido uno de esos hombres que, en estos últimos tiempos, mejor ha expresado este hecho con su vida. Cuando repasamos su vida descubrimos a alguien empeñado en anunciar la misericordia de Dios con todas sus fuerzas precisamente porque era consciente de la necesidad de ella para nuestra época. Porque la vida cristiana, de identificación con los sentimientos del corazón del Señor, comporta unirse a su dolor, que no se manifiesta hacia nosotros como justicia vindicativa sino como misericordia.

En segundo lugar vemos como Abrahán siente que ha de hacer algo. Y lo primero es pedir. El hecho de que lo haga por sus parientes (Lot y su familia), indica que nuestro amor siempre ha de ser concreto: pasa por personas a las que podemos poner rostro y que conocemos en su particular sufrimiento. La oración de Abrahán no es abstracta y por ello es insistente y no cesa hasta conseguir lo que desea.

Dios cuenta con nuestra oración que, si es verdadera, siempre acaba en el compromiso real por aliviar al prójimo. En la oración se nos abre también la posibilidad de descubrir a nuestros semejantes desde el amor de Dios, de contemplarlos desde su corazón, y de ofrecer por ellos nuestra vida. Abrahán en su oración prefigura la gran oración de Cristo ofreciendo su vida por la salvación de todos los hombres. Porque la petición se inicia con palabras, pero culmina en la entrega de uno mismo por aquello que se pide.