Pro 2,1-9; Sal33; Mt 19,27-29

De ella nos habla la oración colecta. Tal fue la gran invención de Benito de Nursia, monje y padre de monjes, abad, que escribió una regla para un monasterio de cenobitas, es decir, monjes que deciden vivir juntos bajo una regla y un abad, llena de sabiduría, de cariño y de firmeza. Tan justa con las personas y las circunstancias que se convirtió en herramienta de asombrosa eficacia para expandir en todo el Occidente la vida monástica, lo que llevó a la creación cultural y económica de Europa. Su regla ordena la obra de Dios en el conjunto de personas que viven en el monasterio. Porque eso es lo suyo, un obrar de Dios en cada uno de los cenobitas y, de modo muy especial, en el conjunto de la casa en donde cohabitan. Nada fácil es ordenar una vida en común: Benito tuvo el arte supremo de dar con la fórmula que conjuntaba personas y trabajos. Personas dedicada a la vita beata, esto es, a la vida que busca dedicarla por entero al Señor, anhelando la felicidad del encuentro. Y hacerlo en común. Todos tenemos experiencia de la dificultad asombroso de la vida comunitaria. En su regla, san Benito supo dosificar el conjunto con una harmonía tan hermosa que se convirtió en instrumento de evangelización; no solo de cristianización, sino de roturación de los campos y transmisión de la cultura clásica, que casi se había perdido en nuestros pagos, buscando obras antiguas, estudiándolas y copiándolas, en momentos en que se estaba tan lejos de la imprenta y de los ordenadores. Academia de cultura abierta a un largo entorno.

Figura esencial de la vida benedictina es el abad. Padre del monasterio y de todas y cada una de las personas que viven en él como miembros reglados o que lo tocan y lo sondean como peregrinos, pues también ellos buscan al Señor. No es superior, sino padre. Padre que da camino a la oración y padre que plantea la disposición del trabajo común e individual. Tales son los dos pilares de la vida cenobítica benedictina: oración y trabajo. Una oración que la regla establece en su detalle de tiempos y de estaciones. Un trabajo realizado con todo el cuidado de quien sabe que con sus manos hace obra de Dios. Lo cual conlleva el establecimiento de una casa en donde ambos menesteres se realicen a la vez., con áreas para el trabajo, para el descanso, para la comida, para la lectura, para el rumie de la lectio divina, la lectura meditativa, pausada y continua de la Biblia y de los santos Padres, con objeto de aprovechar con gozo espiritual las riquezas que en una como en los otros encontramos. Siempre con un objetivo: seguir a Cristo, que se haga con nosotros, y, por medio de él, elevarnos al Padre. Cuyo centro es siempre la iglesia, pues aunque todo el monasterio sea lugar de oración, porque para el monje lo es cada momento de su vida individual y societaria, la entraña santa de ese lugar complejo es la iglesia en donde la comunidad celebra la eucaristía y canta el oficio divino; en donde de modo especial busca al Señor y se encuentra con él. El monasterio, microcosmos de lo que es el mundo en su irrefrenable complejidad. Complejidad de personas y de acciones. Con un quicio, la búsqueda del Señor, la regla y el abad. Tres facetas distintas, es obvio, pero que se centran en la vita beata que se encuentra con Dios.