Ex 12,37-42; Sal 135; Mt 12,14.21

También los fariseos hoy planean el acabar con él. De modo normal son los saduceos, los herodianos y los maestros de la ley, pero hoy se les unen fariseos, al menos un grupo de entre ellos. Pero ¿qué ha hecho Jesús? Caña cascada, pábilo vacilante, pero que no conseguirán apagar. Primero ha de implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.

Dime quién eres, Señor, dime quién eres. Tantas veces nos hemos acercado a ti, como a Dios tu Padre con imágenes de buenismo pringado de moralina, que casi hemos olvidado quién eres. Un Dios bueno, decía el otro día, que ha pasado de ser un padre tronituante y vengativo, rígido e implacable, a una madre atontadita en su tonta ingenuidad que acepta todos nuestros engaños. ¿Es Dios como ese padre?, ¿lo es como esa madre? Su misericordia es eterna, como dice muy bien el salmo, y por ello no podemos otra cosa que darle gracias. Es padre misericordioso al que le tiemblan las rodillas en espera de que el hijo pródigo vuelva a casa, para perdonarle, vestirle con trajes de fiesta y sacrificar el toro más reluciente de sus rebaños. Sí, eso sí, pero demasiadas veces al leer esta parábola, y al leer nuestra vidas que se reflejan en las palabras de Jesús, nos olvidamos del hermano mayor. Cejijunto. Inmisericorde. Envidioso. Trabajador esclavo. Que ni ha comprendido ni ha querido nunca a su padre. Que ni siquiera ha podido entender, porque lo suyo solo son entendederas de estrechura, que todo lo del Padre era suyo. Es el hijo que revienta al Hijo. Ellos son los que planeaban el modo de acabar con Jesús, el Hijo que toma sobre sí todos nuestros pecados, haciéndose figura repugnante encaramada en lo alto de la cruz, como la serpiente de Moisés, porque ni lo han entendió ni han querido nada de él. Les bastaba con lo suyo, con ser el hermano mayor, el hijo mayor. Envidioso de todo aquel que quisiera arrebatarle lo suyo. Su compostura de hermano mayor. Su figura de buen cumplidor de los seiscientos veintitrés composturas en que se resumía la Ley para ellos. Vivían en la más repugnante de las moralinas. ¿Cómo el Padre podría estar feliz con esa manera renacuaja de ser? Seres canijos, rociados de sus preceptos como de gomoso detergente.

La aclamación de la misa de hoy nos pone las cosas en su lugar. Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación.

Vida reconciliada es la que se nos ofrece. Y hoy, día de la Virgen del Carmen, encontramos dónde se nos da esa reconciliación. En la carne que de ella nace. Carne de Dios, sin dejar de ser carne que de ella sale, porque en ella nace. ¿Qué tiene esto que ver con esas vidas menguadas, dedicadas al cumplimiento de lo canijo y escuálido, como dice Jesús, a pagar el diezmo de las briznas de hierba? ¿Cómo quedarnos retraídos y llenos de humedecida cólera, tal como se nos presenta el hijo mayor de la parábola, deseosos de despreciar a todos los mensajeros y, finalmente, de matar a quien es el Hijo? ¿Cómo no entender el papel de María, la madre de Jesús, en cuya humildad ha nacido quien con su vida y con su muerte, con su ascensión al cielo y el envío de su Espíritu, ha recreado todas las cosas? María es la primera creatura de ese mundo nuevo.