Ayer no pude escribir el comentario, pues los ratos que tenía libres me peleaba con mi conexión a Internet. Ha sido una lucha dura, abriendo puertos, cambiando routers, configurando sistemas…, pero al final he vencido y mi conexión a 10 megas va a 9 por Wifi. Hoy voy a ponerlo todo en su lugar, espero que siga respondiendo. Cuando no se puede conectar a Internet un router es lo más parecido a un pisapapeles, y encima feo. Ver unas cuantas lucecitas que se encienden y se apagan puede ser entretenido unos dos segundos, después empieza a aburrir. Y nos hemos vuelto tan cómodos de tener todo escrito en Internet que cuesta buscar un libro para buscar información.

“Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.” Al igual que el router no vale para nada si no se conecta a la señal de Internet, así de inútil es el hombre cuando no se conecta a Dios. Tristemente se nos ha olvidado en muchos casos que el fin del hombre es dar gloria a Dios. Nos hemos colocado en el centro del mundo y hemos desplazado a Dios como una opción y no como un fin. Hoy, Santa Brígida, patrona de Europa, vemos como hemos ido perdiendo las raíces cristianas para convertirse en un secarral. Contemplamos como lo que nos une -y  nos separa-, es algo tan débil como el euro y mientras acontecen cosas como las de Oslo, en el que la violencia vuelve a hacerse la dueña. Eliminamos a los indefensos y volvemos a la ley del más fuerte. Una sociedad por ese camino no va a ninguna parte, dará vueltas sobre sí misma-como mi perro antes de acostarse-, y como no le gustará o que encuentra seguirá dando vueltas hasta morir de inanición. O volvemos a Cristo o no podremos hacer nada. Seguro que muchas veces lo hemos comprobado en nuestra vida. Cuando nos da la tentación de apartar a Dios primero parece todo más fácil, pero pronto llega el hastío, el sinsentido y la nausea.

“Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.” San Pablo lo entiende perfectamente. Sólo unido a Cristo, aunque sea (especialmente, mejor dicho), en la cruz es cuando la vida tiene auténtico sentido, nos sentimos amados y somos capaces de amar hasta la muerte.

Le presentamos hoy a la Virgen a nuestra Europa, a cada uno de los europeos y cada uno de los habitantes del mundo entero, para que no apartemos a Dios de nuestro lado. Y le presentamos especialmente a nuestros enfermos.