La noche encuentra a Jesús orando solo en lo alto de un monte. Los cristianos, fijados en el ejemplo del Señor, privilegiaron las vigilias de oración y la más importante es la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias.

Jesucristo se separa de la multitud físicamente, después de haber realizado el milagro de la multiplicación de los panes, pero no se separa de corazón. Porque la oración del Señor es a favor de todos los hombres. El Verbo, unido continuamente al Padre y al Espíritu Santo, por su condición divina, también se mantiene en relación con ellos a través de su humanidad. Asumió la naturaleza humana para salvarnos y con ella pide por todos nosotros. Está solo en la montaña, pero no está lejos de nosotros.

Mientras, los apóstoles intentan atravesar el lago y les sorprende una gran tempestad. Las olas arremeten contra la barca Aparentemente están solos y podían sentirse como abandonados, pero en medio del fuerte viento aparece el Señor caminando sobre las aguas. Se señalan ahí dos cosas: primero que Dios no está nunca lejos de los hombres y, por tanto, incluso en las situaciones más difíciles, no debemos dejarnos arrastrar por la desesperanza. La segunda es que el Señor es más poderoso que cualquier dificultad, como evidencia el hecho de que camina sobre el agua.

En medio de esa situación tan sorprendente Jesús aún va a profundizar más en su enseñanza. Por eso permite que Pedro avance hacia Él a pesar del oleaje. Pero el príncipe de los apóstoles duda y entonces se hunde. Gran enseñanza para nosotros que si ciertamente caminamos en este mundo en medio de dificultades el verdadero peligro acontece cuando se debilita nuestra fe. Si esta falla siempre nos hundimos. Si nos ocurre esto hemos de actuar como Pedro hace con su grito angustioso: “Señor, sálvame

He conocido a muchas personas que experimentaban la soledad. Desde la cama enfermos, o sin comprender su misión en el mundo. Personas solteras, casadas y también consagradas. La soledad no es sólo una situación física (estar sin nadie cerca o alejado de los conocidos y amigos), sino espiritual. La soledad es un mal que consiste en no reconocerse vinculado a nadie. Muchas veces nos viene porque nos han dejado los demás, pero otras porque no somos capaces de reconocer a quienes tenemos cerca y, sobre todo, porque nos olvidamos de Dios.

Quién está con Dios nunca está solo. Por eso muchas personas consagradas que se retiran como ermitaños para orar, no se alejan de los hombres, sino que los llevan en su corazón y los recuerdan continuamente pidiendo por ellos. Lo mismo nos pasa con nuestros seres queridos, cuya memoria evocamos con frecuencia, y recordamos como son, o pensamos en qué andarán ocupados u otras cosas.

Como cristianos sabemos que Dios siempre está cerca y que podemos confiar en su compañía. Él nunca nos olvida y nosotros hemos de procurar corresponderle. Jesús nos enseña a hacerlo mediante la oración. Retirarse de vez en cuando, un rato cada día, de las ocupaciones cotidianas, para disfrutar de la compañía más íntima de quien siempre permanece fiel a su amor.