Anoche conversaba con un hombre que hace poco ha empezado a acercarse a la Iglesia. Él se confiesa agnóstico pero reconoce en algunos compañeros suyos de colegio un modo de vivir que le ha llamado la atención y se ha acercado a ellos. Después de una cena sobria con todos ellos se acercó a hablarme. En su argumentarlo estaban las cuestiones de siempre sobre la historicidad de los evangelios, el valor de los milagros, la salvación de todos los hombres… Todos esos temas son importantes y merecen estudio. A mí me pareció que se le suscitaban a raíz de otra pregunta que él debía solucionar y era cómo reaccionaba ante Cristo. Le dije que su encuentro con aquellas personas que le habían impresionado era el modo que el Señor había elegido para llegar hasta él y que no debía obviar ese tema sino afrontarlo desde la razón y la libertad y pidiendo el don de la fe.

Los apóstoles caminan junto a Cristo. No tienen clara su divinidad pero sí que junto al predicador de Galilea su vida cobra más sentido y se va haciendo más grande. Quizás ellos comparten el juicio de sus contemporáneos sobre la persona de Cristo y piensan cosas un poco extrañas como que es Juan Bautista, a quien Herodes había decapitado. Pedro responde bien porque es inspirado desde lo alto. Humanamente no podía reconocer al Hijo de Dios vivo. Podía intuir, como han señalado antes sus compañeros que se trata de alguien enviado por Dios, como lo fue Jeremías, por ejemplo. En un sentido semejante había argumentado Nicodemo al decir que nadie podía hacer las obras de Jesús si Dios no estaba con él. Pero la confesión de la divinidad es algo que viene por el don de la fe.

 Cuando Jesús formula ese interrogante a sus compañeros de viaje les está obligando a que juzguen sobre lo que les está pasando a ellos. Si son honestos han de reconocer, como de hecho hacen, que están ante alguien excepcional que les ha cambiado totalmente la orientación de su existencia. No es un hombre común. Podría ser Dios, pero eso lo concede el Espíritu Santo. De ahí que también nosotros, al experimentar como nuestra vida cambia en la Iglesia debamos preguntar: “Cristo, ¿tú quién eres?”. Es lo que le sucede a ese señor con el que hablaba anoche. Y la respuesta viene de lo alto. En lenguaje humano nos lo explicarán en la predicación y en la catequesis, pero la certeza interior de que es el Hijo de Dios la confiere el Espíritu Santo. Nos lo dice la fe. Ante esa verdad se abre un horizonte muy amplio. En el evangelio encontramos también un ejemplo. Jesús, que bendice a Pedro, le indica va a fundar la Iglesia, y eso para los apóstoles era misterioso (sólo podían intuir que se trataba de algo grane, pero no su naturaleza). Y aún después les dice que Él ha de ir a Jerusalén a padecer. Y eso si que resultaba misterioso al punto que Pedro reacciona en contra.

Porque en el camino de la fe Dios nos va introduciendo cada vez en misterios más profundos. Pero ese camino no se puede hacer con nuestras propias fuerzas sino que necesitamos de ese don de lo alto. Ahora bien, cuando lo recorremos asistidos por la gracia experimentamos que nuestra vida se hace mejor y que nuestra humanidad no es disminuida sino que crece.