Orígenes tiene un bello comentario alegórico al pasaje del evangelio que hoy leemos en la Misa. Se fija en que Jesús manda a sus discípulos subir a la barca e ir a la otra orilla. Durante la travesía se van a encontrar con un violento oleaje y un fuerte viento contrario. Señala nuestro autor que nunca debemos olvidar esto cuando nos veamos sometidos a tentaciones. Ciertamente el camino del cristiano se ve muchas veces dificultado por las tentaciones, pero aunque nos parezca que estamos solos, Jesús está pidiendo por nosotros. El texto nos indica que lo hacía en lo alto dela montaña. Ahora Jesús sigue intercediendo por nosotros ante el Padre. Las dificultades, por tanto, no son un impedimento para cumplir el mandato del Señor. Si Él lo quiere, y es aplicable a todos los aspectos de nuestra vida espiritual y apostólica, hay que seguir adelante por grandes que sean los inconvenientes.

Esa situación, dice el evangelista, se da en la noche. Fácilmentepodemos ver aquí una imagen de la oscuridad de la fe. Nopocas veces se oscurece nuestra vida y nos parece que nos quedamos solos, “ya muy lejos de tierra”, es decir sin ninguna seguridad y abandonados en la Providencia divina. Ahí sólo nos queda la seguridad de haber obedecido al Señor, porque nos hemos embarcado siguiendo su voz. Y la barca es signo de la Iglesia.

Cuando la noche empieza a ceder, “de madrugada”, dice el evangelista, aparece Jesús. Pero la luz aún no es suficiente y se confunden las figuras y no se distinguen bien los cuerpos. La fe es sometida a otra prueba, porque es el mismo Señor quien viene a nuestro encuentro de manera inesperada. Cuando el Señor se da a conocer Pedro pide ir hacia Él, “alegre no tanto de caminar sobre las aguas como de ir hacia él” (San Juan Crisóstomo). Porque lo que quería Pedro era estar con Jesús y su carácter impulsivo le lleva a esa petición extravagante: “mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Es su amor el que le mueve. Pero en ese último momento tiene que seguir conservando la fe.

Y nos dice el evangelio que siendo capaz de lo más difícil, sostenerse sobre el mal, fue vencido por lo más fácil (la fuerza del viento). Y aquí aprendemos que muchas veces a nosotros nos sucede lo mismo. Descubrimos que en nuestra vida suceden cosas grandes que sólo se pueden entender por una especial intervención de Dios y, sin embargo, nos echamos atrás por pequeñas dificultades que hacen nacer en nosotros el miedo. El miedo tiene un poder paralizante que no nos deja actuar. Por su causa se deja de hacer mucho bien: el miedo a qué dirán otras personas, a perder prestigio, a un hipotético fracaso, a la inseguridad personal…

Jesús salva a Pedro extendiendo su mano, para que el apóstol pueda agarrarse a Él. Porque el Señor no deja de venir hacia nosotros cuando perecemos por nuestra propia culpa. Y así tenemos la posibilidad de volver a sostenernos en Él. El miedo de Pedro nació de la duda. Dice santo Tomás de Aquino, hablando de la fe, que mil dificultades no producen una duda. Tal es el carácter de la fe, que es firme y nos permite tener siempre la seguridad de que nada es más poderoso que el poder de Dios.