1Te s,1-9; Sal 138; Mt 23,23-26

Conforme nos vayamos alejando en el tiempo y en el espacio de las campas de Cuatro Vientos, nuestra realidad tomará otros contornos, que casi habíamos olvidado. Encontramos fuerte oposición a la Buena Noticia de Dios. ¿Qué nos contáis?, pero ¿sois vosotros los únicos que no se han enterado de tantos y tan brutos escándalos?, pero si todo eso no son más que cuentos chinos, a estas alturas nos venís con tales sinsorgadas mitológicas, que la ciencia ha borrado de su horizonte hace ya mucho tiempo, ¿qué queréis de nosotros?, malas noticias es lo que nos traéis: disputas, guerras, coacciones, no dejarnos hacer lo que queremos, imponernos cargas que ya querrían para sí los escribas y fariseos, aplastarnos de tristezas y romper en nosotros toda alegría; recapitulad y volved a la realidad, no os dejéis engañar más tiempo.

¿No es eso lo que nos encontraremos? Y, para colmo, la calentura de las campas de Cuatro Vientos irá poco a poco desapareciendo en un bonito recuerdo. ¿Cómo hacer para que poco a poco no vaya ganándonos un desaliento triste? Porque cuando el tocamiento sacramental lleno de realidad de nuestras carnes se daba allá, todo era sencillo, vivíamos de la fuerza del Espíritu Santo, de la cercanía de amigos y amigas que vivían en comunión con nosotros. Comunión de toda aquella ingente masa. Comunión con el papa Benedicto XVI. Pero ¿ahora?, ¿no va deshaciéndose esa comunión en la normalidad real de nuestra vida, de nuestros intereses, del quehacer de cada día? Sí, sin duda, tal cosa acontecerá si entendimos la comunión como un asunto de cuerpos que estaban unos junto a otros en bella armonía, de buena noticia de nuestra unidad, de nuestro hablar con Dios con una boca llena de hermanos y hermanas. Si no comprendimos que la nuestra era Comunión, con una mayúscula muy grande. Comunión en la Iglesia. Comunión sacramental en el pan y el vino. Comunión en el Espíritu. Estuvo muy bien el calentamiento irresistible de las campas de Cuatro Vientos, mas esa era la visibilidad de nuestra Comunión, que ahora ya se ha convertido en comunión de espíritu, mejor, Comunión en el Espíritu. Pues aquella calentura la seguimos viviendo en la realidad de la Iglesia, por pequeña y mínima que aparezca en nuestra vida cotidiana, pues es una realidad en el Espíritu.

Dije, quizá, te seguiré a donde vayas, cuando oí la palabra que el Señor dirigía a mi propia persona. Pues bien, llegó el momento de hacerlo, tomando decisiones en cuanto a mi modo de vida, a su quehacer. Puede que deba abandonar caminos que antes transitaba, para tomar otros que me conducen a realidades distintas. Ahora ya, realidades del Espíritu en mi propia carne. Sígueme, me dijo el Señor, y ahora ya debo seguirle. No porque me haya cargado con un pesado fardo, como fariseo hipócrita, sino porque la gracia del Señor me sostiene hacia otros caminos, estira de mí con suave suasión hacia otras maneras de ser y de vivir. No para ser mejor que los demás, mejor que nadie, ni mejor de lo que yo mismo era antes, sino porque me ha elegido, ¿a mí?, ¿por qué a mí? La elección ha sido esa llamada personal a ti, conforme a su designio. Porque te ha escogido, Dios te predestino a ser imagen de Jesús, su Hijo, Y porque te predestino, te ha llamado. Y porque te llamó, te justificó, glorificándote (Rom 8,28-30, como leíamos hace unos pocos domingos).