1Tes 3,7-13; Sal 89; Mt 24,42-51

Ver reunidos a tal multitud de jóvenes en las campas de Cuatro Vientos, en torno al papa Benedicto XVI, nos anima. Es un espectáculo gozoso. ¿Cómo olvidar las primeras palabras que Juan Pablo II, ahora ya beato, pronunció al ser elegido papa? No tengáis miedo Porque quienes tenemos ya nuestra edad, pasamos unos tiempos difíciles, porque difíciles fueron los decenios transcurridos desde el final del Concilio Vaticano II. Para muchos, el día en que se clausuró, fue el día en que se inauguró el Vaticano III. Eso hizo que durante mucho tiempo cada uno inventó lo que le pareció bien. Durante años solo se miró a la Iglesia para criticarla con acritud, para ennegrecer a sus cúpulas, porque ellos se habían apropiado de la Iglesia, decían, que es Pueblo de Dios en marcha. Cristo llegó a ser lo que interesaba a cada cual. A veces con eslóganes bellísimos: Iglesia de los pobres, lucha por la liberación, pero que, de hecho, olvidaban la centralidad misma de la Iglesia como sacramento de Dios, lugar de la Comunión, Pueblo elegido, y se quería utilizarla en proyectos políticos, en revoluciones soñadas, en luchas cruentas. Hubo repliegue, desconcierto, no se supo quiénes éramos y por dónde debíamos caminar. Se perdió, o casi, todo seguimiento del Señor Jesús. Arreciaron los vientos contrarios, montados en la cientificidad, primero, marxista, luego, cientificista. Parecía no quedar lugar para una Iglesia, si no era una iglesia vendida a los ricos o a las cavernas de una ideología trasnochada. Hubo miedo. Mucho miedo. No se sabía qué hacer, cómo salir del pozo negro en el que parecíamos haber entrado para siempre.

Mas, vosotros, con vuestra fe nos animáis. No tenéis miedo. No tenemos miedo. Vivís vuestra fe con espontaneidad y alegría. Os atrevéis a seguir al Señor allá donde os llame. Con dificultades, claro. Pero con la certeza de que él está junto a vosotros y os conduce por sus caminos hacia fuentes tranquilas. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos.

Estad preparados, pues el camino del seguimiento de Jesús es largo, lleno de revueltas, pero no lo abandonéis nunca. El Señor estira de vosotros con suave suasión. No tengáis miedo, pues el Espíritu Santo ha tomado posesión de vosotros, de vuestra carne, se ha encarnado en vosotros, su templo, para llevaros por el camino del seguimiento. ¿Lo dejaste todo por seguirle? El camino será llevadero, no tengas miedo. Osa afrontar la novedad del seguimiento, su radicalidad, el que es de por vida. El Señor está contigo, no temas. Tu corazón es ya una ventana abierta a Dios; quien lo mire, verá al que te llama y te acompaña; nunca te dejará en la estacada. Serás icono vivo de Dios. Tu vida se convertirá en algo asombroso, pues el Espíritu de Cristo gritará dentro de ti: Abba, Padre. Hay una vocación específica dentro de la Iglesia, la del sacerdocio, la de la vida religiosa, ellos dan todo lo que son al Señor. A lo mejor tú has sentido esa llamada. No tengas miedo. Levántate y sigue al Señor, que él siempre estará contigo. Todos los cristianos siguen al Señor, por supuesto, es verdad, pero a algunos él los elige y los llama para un seguimiento tierra a tierra, carne a carne; busca en ti el ofrecimiento de tu disponibilidad radical y para siempre, quiere que seas célibe y virgen por el Reino, como él lo fue. No tengas miedo, sigue su llamada.