Guardini explica en un texto como todas las referencias evangélicas apuntan a que Jesús, de alguna manera aleja de él a su madre. Así, a los doce años, Jesús la abandona como a san José, para dedicarse a las cosas de su padre. Más adelante, en Caná, cuando las bodas, Jesús le responde de manera extraña señalando que aún no ha llegado su hora; ante el elogio de una mujer del pueblo, que alaba el vientre que lo llegó, el Señor dice que mejor se bendigan a las personas que tienen fe y, como contraponiendo a sus familiares, dice que su madre y sus hermanos son los que cumplen la palabra de Dios para, finalmente, en la Cruz, cuando María puede esperar oír una palabra de consuelo, encontrarse con que es llamada “Mujer” y que el Crucificado en lugar de referirla a él le dice que mire a otro hijo: Juan.

Esta reflexión del famoso escritor invita a reflexionar profundamente. Es un hecho, y lo sabemos todos, que quien más unido está a su Jesús, es María. Y no sólo por los lazos de sangre sino también por la unión afectiva, la participación en su misión y especialísimamente por los dones de la gracia. Sin embargo, en todas las palabras de Jesús hay como un llevarla a participar de la misma entrega que Él hace. Apartándola la mantiene más cerca, porque María ha elegido permanecer junto al que todos dejan solo y unirse a su sacrificio único.

En la profecía del anciano Simeón se anuncia a la Madre que una espada le traspasará el alma. No se trata, en la Virgen, de un dolor causado por golpes ni maltratos físicos. Por el contrario es un dolor al que se une voluntariamente ofreciendo a su Hijo y entregándose con Él.

Hay un cuadro que representa el descendimiento de la Cruz de Roger van der Weyden. En él, mientras unos hombres sostienen a Jesús al que han desclavado se ve a María desmayada de dolor. Son dos figuras pintadas en paralelo en el centro de la tabla. Se muestra en esa posición la asociación profunda entre Madre e Hijo. Como María lleva hasta el final la misión encomendada un día por el ángel Gabriel. No sólo da a luz al Redentor de los hombres sino que experimenta que este le sea arrebatado y de forma cruelísima.

En la oración de postcomunión de hoy se dice: “te pedimos, Señor, que al recordar los dolores de la Virgen María, completemos en nosotros, a favor de la Iglesia, lo que faltaa la pasión de Jesucristo”. Objetivamente Cristo lo ha merecido todo con su sacrificio. ¿Qué falta a su pasión? Que nosotros asociemos a ella nuestra voluntad y la ofrenda de nuestra vida, para que la salvación merecida por Cristo alcance a todos los hombres y favorezca el crecimiento de la Iglesia. Lo pedimos singularmente hoy por intercesión de María, a la que vemos compartiendo los dolores de su Hijo sin rechistar, sometida absolutamente a la voluntad de Dios. De hecho Jesús, desde la cruz, nos la entrega como madre, para que ella nos recuerde siempre lo que ha sucedido en el Calvario y nos eduque para que sepamos conducirnos según la vida nueva que se nos ha dado allí.