Jesús nos habla en parábolas. Por una parte ese lenguaje imaginativo hace que su enseñanza entre más fácilmente en nosotros. Antes de comprender su significado podemos reproducir en nuestro interior las imágenes que se nos han dado y rumiarlas. Por otra parte, el método parabólico, nos invita a una continua meditación porque las imágenes contienen riquezas que sólo mediante la meditación asidua van saliendo a la luz. Al mismo tiempo, al tratarse de un método cálido de comunicación, invita a que fluyan en nuestro corazón los afectos. Así, por ejemplo, hoy, podemos pensar en la figura del sembrador. Todas las semillas que esparce por su terreno tiene la esperanza de que fructifiquen de alguna manera. No se lanza una semilla y se es indiferente a su destino. El sembrador quiere que cada semilla se convierta en una planta de la que después se obtenga un fruto. Además, todos los agricultores seleccionan su simiente a fin de que esta sea buena. Ahora las preparan en laboratorios y centros especializados, pero antes era el trabajador del campo quien, de su cosecha anterior, separaba los mejores granos para la siembra siguiente. El sembrador es Dios y la simiente es la gracia. Decían los padres que en todas las culturas, de una u otra manera, hay semillas del Verbo. El deseo de verdad, la búsqueda del bien, la inquietud por la felicidad, cuanto de noble se ha dado en el corazón de los hombres apuntaba a Cristo. De una u otra manera Dios se dirige incesantemente a los hombres. De manera definitiva se da Cristo mismo, que sale al encuentro del hombre. La diversidad de terrenos, unos más adecuados que otros para que la semilla germine, apuntan a la disposición de nuestro corazón. La semilla no cambia, pero sí la manera de recibirla. Así, se da desde la posibilidad de que se pierda en seguida lo que Dios nos da, hasta la fructificación fecunda, que apunta a una vida llena de obras de caridad. Por otra parte, la parábola señala que frente a la acción gratuita de Dios se presentan muchos peligros: la superficialidad, los ataques del tentador, las riquezas, la inconstancia… La tierra no da la potencia a la semilla, sino que esta la tiene por sí misma. Sin embargo sí que la tierra permite o no el desarrollo de la simiente. Por eso la parábola apunta no sólo al don de Dios sino también a nuestra libertad. Nuestra vida espiritual depende radicalmente de la acción de Dios en nuestras almas, pero exige nuestra colaboración decidida. Los diferentes terrenos apuntan a la manera cómo se acoge la palabra de Dios: hay desde la indiferencia (al borde del camino), hasta la recepción humilde que deja actuar a la gracia. En medio se dan muchas otras posibilidades. Vemos cómo la vida espiritual ha de ser continuamente cuidada: hay que arrancar las malas hierbas, roturar el terreno,… en definitiva hay que tomarse en serio el don que Dios nos hace. Que la Virgen María, la que mejor ha acogido la Palabra de Dios y de quien bendecimos el fruto de su vientre, nos enseñe a ser fieles a la gracia y nos ayude para que nuestra vida sea fecunda a los ojos de Dios.