Del evangelio de hoy me ha llamado la atención esta frase: “Meteos bien esto en la cabeza”. Aunque Jesús aquí lo dice introduciendo la enseñanza sobre la pasión de Jesús, podemos aplicarlo a todo el evangelio. Nos cuesta introducir en nuestra forma de pensar, en nuestro afecto y, en definitiva, en todos los aspectos de nuestra vida, las enseñanzas de Jesús. Es como si las conociéramos pero fueran poco significativas para nosotros. Nunca podríamos decir que no lo habíamos oído, pero tampoco habría cambiado nada en nuestra manera de comportarnos.

Señala también el texto que “ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido”. ¿Qué hacer entonces? En no pocas ocasiones me he tropezado con situaciones semejantes. Personas que decían no entender lo que predica la Iglesia o que encontraban todo muy complicado. Un riesgo es abandonar. Muchas veces lo he comprobado con los alumnos del colegio: cuando no entienden algo desisten, o se conforman con una interpretación superficial, auque sea errónea.

Pero en el evangelio se nos dice que a los discípulos “les daba miedo preguntar sobre el asunto”. El asunto era el anuncio de la pasión y muerte de Jesús. Si les daba miedo era que intuían algo: había una grieta en su entendimiento por la que se filtraba alguna comprensión. Pero la perspectiva era terrible: “al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres”. Sin entenderlo todo se percibe en ese anuncio sufrimiento. Quizás por eso no preguntan. A veces, no preguntando, parece que se elude el mal. Como un enfermo que dilata su visita al médico para conocer los resultados de unas pruebas porque temen sean negativos; como el estudiante que no quiere ir a recibir las notas… Mientras dura ese lapso de tiempo uno puede decir que “no sabía”, y poner excusas para su vida.

El miedo de los discípulos, pues, parece que se refiere al temor a saber algo que comprometa su vida y la oriente de otra manera. Se cuenta de personas que evitaban hablar con un director espiritual e incluso la oración por temer que Dios les llamara a la vida consagrada. Podríamos poner miles de ejemplos semejantes. Pero la idea siempre es la misma: se tiene miedo de una verdad que no sea dominada por nosotros y que nos domine; una verdad que nos exija la obediencia no en cosas concretas sino en el conjunto de nuestra existencia; una verdad que no nos permita seguir divagando en busca de otras respuestas porque ella las contiene todas; una verdad por la que valga la pena entregar la vida. Quizás de eso tenían miedo los discípulos y quizás también por eso nosotros a veces huimos de la oración o del estudio, o de las enseñanzas de la Iglesia. El saber compromete, pero también salva. Porque lo que Jesús anuncia, su pasión y muerte, es repulsivo como primera noticia. Pero sabemos también que gracias a su entrega y sacrificio nosotros hemos sido salvados.

Que la Virgen María nos ayude a meternos todo esto bien en la cabeza para que nuestra vida sea a gloria y alabanza de la Trinidad.