Za 8,20-29; Sal 86: Lc 9,51-53

Porque podía no haber ido. Sabía lo que le esperaba en Jerusalén, pero tomó la decisión de ir allá. También él debía seguir el camino en el que su Padre le había puesto, al que le había enviado. Fue muy consciente de lo que iba a significar para él ese cumplir el servicio al que había sido enviado. Hubiera podido recurrir a las legiones de ángeles para que le defendieran, sin él implicar su persona. Pero no quiso. Tenía una misión que cumplir. Había aceptado que ella fuera el ser de su vida. Hubiera podido también tomar por la tangente, apartarse durante un tiempo, hasta que las cosas se calmaran. ¿Quién se lo hubiera impedido? Pero no quiso. Había elegido que todo en él se circunscribiera a la misión. Por eso tomó la decisión de ir a Jerusalén para enfrentarse a quienes veían en él un blasfemo rompedor de todas las tradiciones, y que, para colmo, se hacía igual a Dios. Asumió el destino que sabía le esperaba en aquella ciudad; la ciudad de Dios. Y ese destino que se le acercaba para devorarle era la pasión. Por eso en las vidas de Jesús que son los cuatro evangelios, el núcleo sobre el que todo se conformó, y que ocupa un tercio de cada uno de ellos, es el relato de la pasión. Hasta el punto de que aquellos libros en los que se hablaba de las palabras de Jesús, sin contener un relato de su vida que terminaba en la pasión, no fueron aceptados como canónicos; la Iglesia, conformadora del NT, los vio peligrosos puesto que con facilidad dejaban de lado un aspecto esencial de la vida de Jesús, la decisión de ir a Jerusalén y la muerte en cruz.

¿Tú le quieres seguir?, ¿has tomado la decisión de hacerlo, sea en el matrimonio sea en el celibato por el Reino? Bien está. Mas ese seguimiento no puede ser tangencial, por un momento, en el fervor de un instante de calentura, quizá rodeado de una cantidad incontable de jóvenes que respiraban al unísono con el Señor. Porque para seguirle dejarás todo lo otro, sea en el matrimonio sea en el celibato por el Reino. En el matrimonio se vive la continencia; el matrimonio se nutre de ella. También el celibato por el Reino. ¿Que no puedes?, ¿que no lo resistes? Abrázate a la cruz de Cristo. Sabiendo muy bien que la cruz no es un placebo psicológico para hacerte tragar lo que ni quieres ni resistes. Es curioso, muchas veces lo olvidamos, quizá tú también lo has olvidado. El seguimiento de Jesús, tanto en el matrimonio como en el celibato por el Reino, conlleva también la decisión de subir a Jerusalén, y allá arriba, fuera de las murallas de la ciudad, está la cruz de Cristo. Nuestra cruz.

El Señor escribirá en el registro de los pueblos: este ha nacido allí.

¿No es demasiado difícil este camino? Sí, lo es. Mas el Señor dio su vida en rescato por todos. También por ti y por mí. Él será, pues, nuestro apoyo. Nuestra posibilidad. Él es quien hará realidad nuestro seguimiento, sea en el matrimonio sea en el celibato por el Reino. Él es quien envía su Espíritu para que habite en nuestra carne y, en ella, ore a grandes gritos diciendo: Abba, Padre. Si no vives, si no vivo, en la centralidad de este evangelio, el Evangelio de Dios, ¿podré seguirle?, más aún, ¿para qué seguirle?

Y tú, sígueme