Vale la pena detenerse a leer, con detalle, cómo san Pablo inicia y finaliza sus cartas. Porque son un modelo de cómo ordenar nuestras relaciones con todos los hombres de cara a Dios. Por otra parte en ellos aprendemos no sólo el verdadero afecto que Pablo sentía hacía sus amigos, colaboradores y fieles, sino también a amarlos en el Señor.

Hoy escuchamos, en la primera lectura, el final de la carta que dirige a los romanos. Huelga decir que san Pablo aún no había visitado esa ciudad. Cuando escribe la carta se encuentra en Corinto, es invierno, y debe espera en la ciudad antes de tomar un barco que lo conduzca a Tierra Santa. Pero tiene noticias de la Iglesia de Roma, porque en aquella ciudad vivían algunos cristianos que habían sido expulsados de Roma. Pablo conoce, por sus relatos, la vida de la comunidad y, por los detalles que indica, la conoce con mucho detalle. Eso significa que sentía un verdadero deseo de conocer la vida de toda la Iglesia. Para nosotros es una indicación a interesarnos por la suerte de los cristianos dispersos por todo el mundo. Hoy en día es relativamente fácil hacerlo, porque Internet facilita mucho la comunicación. Pero la tecnología resulta inútil si no hay interés por nuestra parte. Pablo se había embebido de la vida de Roma y consideraba a los amigos de sus amigos como propios. De ahí que los llevara e su corazón y los saludara con tanto afecto. Y, en la lectura de hoy, se han omitido algunos nombres, quizás por brevedad. A mí me gusta leerlos todos porque, aunque no los conozcamos, expresan el detallismo de Pablo, que no quiere olvidarse de nadie.

Algunos de los que menciona han sido amigos o compañeros suyos en las labores del Evangelio. Pero otros son residentes en Roma, a los que seguramente nunca ha visto. Sin embargo los siente como hermanos, porque forman parte de una comunidad cristiana. Ese deseo de comunión con todos queda reflejado en la expresión “saludaos unos a otros con el beso ritual”, que era el beso de la paz.

Por otra parte, encontramos un detalle simpático que refleja la sencillez con la que vivían los cristianos. Pablo, por lo general, no escribía las cartas, sino que las dictaba. Esta se la dicta a un tal Tercio que, quizás conmovido por el corazón de Pablo, se une a los saludos. Y, como Pablo debía leer la carta a los cristianos que estaban con él, también otros quieren añadirse y participar de esa expresión de la comunión de los santos. Así pasa con Gayo, que lo acoge en su casa, con Erasto, que es el tesorero y con Cuarto.

El final de esta carta es un verdadero ejemplo de lo que significa que los cristianos somos hermanos. A veces, tristemente, ni siquiera conocemos los nombres de aquellos con los que coincidimos cada semana en la celebración de la Misa. Es una lástima. Saludarse es, según esta carta, mucho más que un gesto de educación. Es un reconocer al otro en Cristo, como miembro de la Iglesia, y desearle lo mejor en el Señor. De hecho, los saludos de Pablo recuerdan mucho el que nos dirige el sacerdote en diversas ocasiones durante la celebración de la Misa: “El Señor esté con vosotros”.

Que la Virgen María, Madre de los creyentes, nos enseñe a querernos los unos a los otros en el Señor.