Sab 1,1-7; Sal 138; Lc 17,1-6

Parecería que debiera ser lo contrario: necesito pruebas, y mucho más si se trata de atender a la Sabiduría.  En nuestros aconteceres de la vida, ¿no está la sabiduría construida en la búsqueda de pruebas? Buscamos pruebas de que lo que hacemos está bien hecho; de que tenemos pruebas razonables para pensar que ese es el camino por el que ir. ¿O no? Incluso ahí, en la experiencia de todos los días, las pruebas no vienen en el principio del camino. No encontramos el camino porque tenemos pruebas de él, sino que echamos a andar y construimos camino que se nos va haciendo razonable, para al final de él tener la certeza de haber probado que ese es el buen camino. ¿Será distinto en lo que toca a la Sabiduría?

Porque la Sabiduría se da a quien pone su confianza en ella y hace camino con ella. Confianza, dejarse hacer, ponerse al pairo. Tal es lo nuestro. Quienes aceptan su revelación, quienes la asumen como revelación en sus vidas y en la centralidad misma de su razón sin desconfiar de ella, son los que la tienen como espíritu amigo. No son nuestras grandes frases las que la construyen. Al contrario, nuestro acercamiento humilde a ella es nuestra prueba. Porque la prueba está en lo que nos ofrece, y la encontramos cuando estamos siguiéndola, caminando a su vera. Porque para nosotros la Sabiduría es Cristo. Siguiéndole, probamos nuestra sabiduría. Morando con él, nos llenamos de la Sabiduría, el Espíritu Santo que habita en nosotros y grita dentro de nuestro corazón: Abba, Padre.

Por eso nos es necesario que Dios nos guíe por el camino recto. Me conoce atrás y delante, sabe todo de mí, por eso ¿a dónde iré lejos de su aliento?, ¿cómo querré buscar la prueba de mi camino antes de tener ese contacto impresionante con él? Santo, Santo, Santo. Su guía es mi prueba; la certeza de que mi seguimiento de Jesús es concorde con su voluntad para mí. Una voluntad que es suave atracción, nunca obligación perentoria, predeterminada. La prueba, así, es mi libertad. Una libertad que, al seguir sus pasos, encuentra la plenitud de lo que es, la prueba definitiva de que el nuestro es camino de sabiduría. Allá a donde vaya, allí está él conmigo.

El evangelio va por sus fueros. Porque podemos engañarnos muy sutilmente en este seguimiento. Nos queda todavía nuestro hacer. No basta con descubrir la prueba de haber encontrado la Sabiduría. Queda nuestro comportamiento. Somos capaces de escandalizar a los pequeñuelos, el realismo de Jesús sabe de escándalos, pero ¡ay de del que los provoca! Merece una piedra de molino al cuello y que lo arrojen al mar. Jesús sabe ser brutal cuando se necesita. No valen aquí contemplaciones. Los pequeñuelos tienen siempre la delantera. Tened cuidado, nos advierte.

No solo debes hablar de perdón, sino que perdonarás a tu hermano cuantas veces sea necesario. Ahí encontrarás prueba definitiva de que has encontrado la Sabiduría. Debes vivir con fe, inmerso en la fe, que es confianza, que es ponerte en las manos del Dios vivo. Cuando sea así, aunque tu fe sea como un granito de mostaza, nos dice Jesús, todo te será posible, porque Sabiduría habrá tomado posesión de ti, ofreciéndote la prueba de lo que tu razón busca, porque la razón ya no buscará sino aquello que ahora nos ofrece la plenitud de nuestra carne, estirando de nosotros en suave suasión. Tal es la más profunda racionalidad de nuestra vida.