Ayer, entre un turno y otro de catequesis, una de las niñas entraba en el templo mientras le decía a su madre: “¡Te espero en la Misa!”. Amablemente la he corregido mientras le retorcía el cuello (que no, que es broma, no la he corregido). Bueno, le he dicho: “¿Cómo que ha Misa? Ahora no hay Misa, será en la Iglesia. A lo que la niña de seis años me ha respondido llena de dulzura y amabilidad: “¿Y a mi qué más me da? ¡Como se llame!”. Y ha entrado en Misa (que cualquiera le lleva la contraria a la criatura). Anécdotas y tonterías aparte es cierto que los niños tienen bastante menos cultura religiosa que antes y desconocen mucho de la historia sagrada y de lo referente a la religión. Esto viene a cuento pues la historia del libro de Daniel de hoy se quedó marcada por los dibujos de una Biblia infantil en la que salía el banquete del rey Baltasar y una mano enorme que escribía unas palabras incomprensibles en la pared. Ese dedo enorme se quedó marcado en mi memoria…¡lo grande que debía ser Dios!. Luego la vida me ha enseñado que es mucho más grande que esa gigantesca mano. ¡Qué bueno es conocer la sagrada Escritura desde pequeños! Leer todos los días un rato la Palabra de Dios hace que se vaya fijando en nuestra cabeza y en nuestro corazón.

«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.» Como en los buenos juicios hay que preparar la defensa. parece que contradigo al Evangelio, pero no es así. Muchas veces nuestra defensa frente a las humillaciones, ataques y desprecios de los otros serán las palabra de la escritura que Dios pondrá en nuestra memoria en ese instante… y para eso es importante conocerla. Cuando me siento en el confesionario sé que la gente no busca un psicólogo, sino un sacerdote y el consuelo de Dios. Antes de empezar le pido al Espíritu Santo que me ilumine y no sabéis la cantidad de pasajes de la Biblia que van viniendo a mi cabeza y se los recuerdo a los penitentes. Cuando leo el lunes antes el Evangelio del domingo siguiente para ir preparando la predicación muchos acontecimientos de la vida ordinaria me recuerdan alguno de los pasajes que vamos a escuchar unos días después. Preparar la defensa es que nuestras palabras no sean las nuestras, sino las del Espíritu Santo. Para eso, entre otras cosas, hay que conocer muy bien la Biblia, tenerla en la cabeza, el corazón y en los actos.

Una manera muy aprovechable de leer la Sagrada Escritura es hacerlo de la mano de la Virgen. Ella entendería el Antiguo Testamento viendo cumplidas todas sus promesas en sus brazo, ella vería en directo el acontecer de los Evangelios y animaría con su presencia y asistencia los escritos apostólicos. La Palabra de Dios no está lejos, la tienes en los labios y en el corazón: conócela y ámala.