Jesús nos lanza una invitación que va dirigida a lo más profundo de nosotros. Dice: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados”. ¿Es qué hay alguien que no lo esté? Miro a mi alrededor y sólo siento fatiga. En el avión las azafatas ya no sonríen; en el autobús los pasajeros evitan las miradas de los demás y se esconden en cavilaciones vacías; en las tiendas se compra mecánicamente y hasta eso supone un esfuerzo. Sí, el hombre está muy cansado. Hace lo que le toca y no más porque no tiene fuerzas. Se arrastra de ocupación en ocupación y hasta descansar le cuesta.

De vez en cuando me encuentro a una madre que soporta paciente a sus hijos; a una enfermera que tiene tiempo no sólo para el enfermo sino también para el hombre que padece la enfermedad; un cura que no huye de sus feligreses y es capaz de demorarse en largas conversaciones… Les pregunto: ¿cómo lo haces para soportar a otro hombre si yo no me aguanto ni a mi mismo?

La gran respuesta es que ellos descansan en Jesús, en su divino corazón eternamente amante y único sosiego verdadero para el hombre.

Pero si Jesús impone cargas. ¿No es acaso su ley moral insoportable para el hombre? Eso dicen los que manejan el manubrio de la comunicación actual. Pero cómo mienten. No tienen vergüenza. Quienes se apoyan en el Señor y siguen sus caminos están más descansados que los demás. Su yugo es verdadero, pero ligero. Su yugo nos une a Él y al tiempo que nos da su carga nos quita la nuestra. Me refiero a la carga del pecado, esa que dobla a los hombres de nuestra generación y que nadie quiere quitarse de encima porque no la reconoce. El peso de nuestros pecados nos oprime. Cuando te das cuenta de eso entonces eres de los que llama el Señor. Te sabes cansado y agobiado y descubres el lugar de descanso. Alguien te dice ven. Pero es Él quien viene a nosotros.

A ello también nos dispone el tiempo de Adviento. Caminar hacia Jesús, que es una forma de decir que nos preparamos para su llegada, supone tomar conciencia de que hemos de ser salvados de nuestros pecados. Toda nuestra fatiga proviene de ellos.

Corazón amante de Jesús cómo te deseo. Ven pronto y no tardes, porque sin ti no voy a ser capaz de dar un paso más. Siento el cansancio y el agobio y necesito reposar en Ti.

María, Madre del Redentor, ayúdame a caminar hacia el corazón de tu Hijo que nace en Belén, porque allí está toda la vida que necesito.