Is 7,10-14; Sal 23; Lc 1,26-28

Pide una señal, no te atemorices por ello. Si no me la pidieras, te la daría por mi cuenta. Mirad, que la virgen está en cinta y da a luz un hijo; le pondrá este nombre: Dios-con-nosotros. Quizá solo unos pocos, los pobres de Yahvé, esperaban todavía la señal del Señor, emocionados con su deseo. Deseo de que el Señor no esté lejos; de que no nos deje de su mano. Sí, mirad, va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria. Viene porque no hemos perdido el deseo de él. Porque nada ni nadie llenará este deseo infinito que nos cabe en nosotros; que nada lo podría colmar si no es él mismo. ¿Vendrá?, ¿cómo?

Encontramos en Nazaret una virgen, apenas más que una chiquilla, María. Espera en el Señor; desea vivir para él, pues su nombre es llena-de-gracia. Ella representa la pureza de nuestro deseo. El Señor ha preparado su corazón y su carne para que ese deseo alcance su esplendor. Ella esperaba en el Señor. No fue como una lotería que cayera en la intimidad de su casa. El Señor Dios desde su siempre la había colmado con el deseo de su gracia, de pertenecer a él cumpliendo su voluntad. Deseo que le lleva a aceptar la propuesta alocada del ángel enviado por Dios. Todo en ella tiende hacia su Dios, está con su Dios. Su ser es de Dios. Por entero. No cabe en ella otro deseo que el de él, y lo que él prevea desde su siempre. Se acomoda al plan de Dios, porque todo el deseo de su ser encuentra su plenitud en la propia completud de su Dios. De este modo, ese deseo de su plenitud en Dios le lleva al Misterio de la carne: concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, que será Hijo del Altísimo. ¿Cómo ha de ser eso? Ese gozo de tu plenitud lo será no porque encuentres tu ser de carnalidad en quien, desposado ya contigo, va a ser tu marido, José, sino porque el Espíritu de Dios vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra, para que en tu seno carnal seas madre del Hijo. Misterio de Dios. Misterio de carnalidad. La plenitud de tu deseo, que llena todo lo que eres, va a dar su fruto, y ese será un fruto de Dios. Darás a luz a Jesús, carne de Dios que toma cuerpo en tu seno virginal. Desde ese momento será uno como nosotros para que nosotros seamos como él. Su vida será el camino en el que encontramos que nuestra carne, por su gracia, sea igualmente carne de Dios. La plenitud de ser de María señala el camino de nuestra plenitud de ser. Por eso, María será para nosotros la muestra veraz de cómo el deseo de Dios se hace también en nosotros carne de Dios.

Un deseo que nada lo llena si no es Dios mismo. No algo etéreo, al fin de cuentas, sino un deseo que se encarna en una vida, en un modo de ser. Un modo de ser que es carne como la nuestra, mas que, a partir de ahora, se va a hacer carne de Dios. El Misterio de encarnación, pues, nos abre las puertas a la plenitud del deseo. A partir de ahora, siguiendo a Jesús, participando de él, sabemos cuál es el camino que plenifica nuestro deseo.

He aquí la-esclava-del-Señor, hágase en mí según tu palabra. He aquí el-esclavo-del-Señor, hágase en mí según tu palabra.