1Jn 2,18-21; Sal 95; Jn 1,1-18

Extrañas palabras de la primera carta de san Juan. ¿Se nos acaba el tiempo?, ¿nos llega el fin del mundo en el que aparecerá el Anticristo? No es seguro, porque su afirmación central es que los anticristos aparecen entre nosotros mismos, y por eso es el momento final. Salieron de entre nosotros. Qué experiencia más letal la que Juan muestra en esta carta. No todo es vino y rosas en nuestro ser y en nuestro caminar. Debemos ser conscientes de esta realidad sangrante: los anticristos salen de nosotros, porque están en nosotros. Pero estando entre nosotros, no eran de los nuestros, por eso no permanecían con nosotros. Curioso juego del nosotros y del ellos. Están con nosotros, pero no son de los nuestros. Se han introducido entre nosotros, como lobos en medio de las ovejas, para luchar contra el pastor y arrancarle las ovejas. Los anticristos son los que nos conducen, los que quieren conducirnos, no al Padre, sino al Anticristo, a la serpiente que nos engaña para que, ahora más y mejor que nunca, digamos que queremos ser como dioses. Porque el paso por la vida y la obra de Jesús nos abriría caminos de ser nosotros mismos con un ser que nosotros nos daremos, el ser de un Anticristo que quiere hacerse con el proscenio entero de nuestra vida. Por eso. no dejará el nombre de cristo, como al comienzo de los tiempos, nos engañará el movimiento de la serpiente, del Diablo. es astuto, se basa en empujarnos en un meneo que nos parece realizará lo que somos de una vez por todas. Entonces, es verdad, fue falso que podríamos ser como dioses, de ahí el pecado; pero ahora, habiendo conocido la obra de Cristo, se nos dice seréis como cristos, poniendo con engaño el acento en eso que ahora ya sí podremos ser. Por eso, siendo de los nuestros, salvados y redimidos por Cristo, encontramos la posibilidad de, a partir de ahora, serlo ya solo por nosotros mismos, por nuestro esfuerzo, por nuestra voluntad. De tal manera, dice Juan, salen de nosotros los anticristos que abren el paso al Anticristo, a la serpiente que nos engañó en los momentos principiales de nuestro ser; pero no eran de los nuestros, porque el centro de su ser, el punto de atractor de sus líneas de vida, las líneas de lo que es el universo de sus vidas, no es Jesucristo, sino su sí mismo, atraídos por quien es punto ciego, punto atractor, sí, pero punto ofuscado, sin salida, puesto que nos cierra toda posibilidad de acercarnos en la persona de Cristo al Padre. Así queda de manifiesto que no todos son de los nuestros. Tengamos cuidado exquisito, conociendo la verdad como la conocemos, y sabiendo que esa actitud de anticristos es pura mentira; nada tiene que ver con la verdad.

Repetimos hoy la lectura de esa página soberana del comienzo del evangelio de san Juan. Leerla nos llena de un asombrado gozo. Entendemos en ella el quicio mismo de nuestro ser, el punto focal que nos atrae con suave suasión: el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria. Mas hoy lo comprendemos mejor. Esa Palabra era luz, pero el mundo no la conoció. Vino, pero algunos de los nuestros —¿seré yo, Señor?, recordad la sorpresa de la última cena— no la recibieron, yendo por sus propios fueros de decirse salvados y redimidos, pero que buscan y ayudan la vida cegada del Anticristo; por ello, siendo ellos mismos anticristos.