Is 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hch 10, 34-38; Mc 1, 7-11

Hace unos días, eran los magos venidos de Oriente quienes se postraban ante Él y lo adoraban como a Dios. Desde entonces hasta hoy, la liturgia nos ha ido mostrando diversos milagros, y hemos visto a la Naturaleza entera de rodillas bajo los pies de Jesús como un manso animal ante su Dueño. Hoy, la más radiante epifanía abre los cielos y deja que se escuche la voz del propio Dios presentando a su Hijo, mientras el Espíritu adopta la discreta forma de una paloma y se posa sobre Él.

Como si se tratase del centro de un círculo, toda la realidad creada converge en torno a Jesús en forma de radios. Es cierto que la calma de un papel sobre el que se mueve un compás es lo más alejado de nuestra escena. El Cosmos, marcado por el pecado y la rebeldía y atizado por Satanás, es un campo de batalla, y las fuerzas que lo agitan son de signo contrario. Por eso, si Jesús es el centro donde todo, absolutamente todo, converge, tendremos que decir que unos radios se acercan hasta Él en busca de su abrazo, atraídos por su divino imán, y otros se alejan de Él a toda velocidad, buscando ansiosamente un lugar en donde Dios no esté y sin encontrarlo nunca, porque la circunferencia de este círculo no se alcanza jamás. Pero no existe una sola criatura en este mundo, hombre o animal, ser animado o inanimado, nube o pájaro o viento o granizo que pueda quedar indiferente ante la presencia de Jesús.

«Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto». Cuando el Padre dejó escuchar su voz sobre las aguas del Jordán, estaba tocando suavemente, con un dedo de Paloma, el eje vertical de toda la Creación, y la Historia tembló estremecida girando en torno a Él como si fuera un disco o una peonza. Nada más significativo y conmovedor que las palabras del salmo: «La voz del Señor sobre las aguas. El Dios de la gloria ha tronado».

Dios, efectivamente, «tronó», y la Historia de los hombres se rasgó en dos: antes de Cristo y después de Cristo. Una vez más, todo sucede en medio de la tormenta. Para algunos, son 2003 los años que llevamos alejándonos de Cristo y convendría dejarlo definitivamente atrás. Para nosotros, el género humano lleva 2003 años empeñado en un Romance con su Redentor… Pero, una vez más, nadie permanece indiferente.

Debemos concluir, y es hora de que cada uno nos miremos a nosotros mismos. No hay hombre en este mundo, por increyente o ateo que se profese, cuya vida sea explicable sin Cristo. Eliminado el Señor, esa vida sería tan absurda como una flecha enloquecida, sin blanco o sin arquero. Lo que me importa y me preocupa es saber si mi existencia, mis días y mis horas se miden por su cercanía o su lejanía respecto de Jesús: si me estoy aproximando a Él o estoy huyendo de Él… Ay, para los ojos, el Blanco está, aún, demasiado lejos. Mis puntos de referencia son la Misa, la Palabra, y la Cruz. Sus reflejos en el agua son mis hermanos. Y mi camino… Mi camino es la Virgen.